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Victor D. Hanson

La paciencia se está agotando

Pero después de la salida israelí del Sinaí, Gaza y el Líbano, y miles de millones de dólares en ayuda norteamericana para Egipto, Jordania y los palestinos, no se ha progresado mucho aún en el camino hacia la paz.

La sabiduría popular nos dice que Estados Unidos tiene tan pocas opciones que no puede hacer mucho con respecto a los ataques de misiles contra Israel, el patrocinio abierto de terroristas por parte de Irán y Siria o el programa nuclear iraní.

Los precios del petróleo ya están por las nubes. Cualquier acción unilateral norteamericana podría interrumpir unos suministros globales ya muy ajustados. Eso haría descarrilar las economías de nuestros aliados occidentales y enriquecería con beneficios exorbitantes a nuestros enemigos.

Intentar sacar adelante la frágil democracia en Irak también significa que no nos podemos permitir ofender las sensibilidades árabes en ninguna parte. Y un George Bush impotente, con bajas cifras de popularidad y afrontando en otoño unas elecciones al Congreso muy abiertas, ciertamente no va a querer involucrar al contribuyente norteamericano en más caros compromisos en el extranjero.

Pero a pesar de lo razonable que pueda parecer todo esto, lo que sucede es que al exasperado Occidente se están agotando las opciones en Oriente Medio.

Durante años, el mundo árabe clamó que "el problema" israelí debía ser resuelto. Después, la paz y la seguridad supuestamente se consolidarían por fin en Oriente Medio. Las naciones occidentales entendieron como "el problema" la ocupación israelí de territorios que había capturado en el Sinaí, Cisjordania, Gaza, Siria y el Líbano tras derrotar a una serie de fuerzas árabes enviadas a destruir al estado judío.

Pero después de la salida israelí del Sinaí, Gaza y el Líbano, y miles de millones de dólares en ayuda norteamericana para Egipto, Jordania y los palestinos, no se ha progresado mucho aún en el camino hacia la paz. La magnanimidad israelí fue vista como debilidad. La diplomacia razonable actual de Israel le ha granjeado otra ronda de secuestros, exigencia de rescates y ataques con misiles.

Por fin, el mundo acepta que el problema de Oriente Medio nunca tuvo que ver con los territorios presuntamente ocupados, sino con la existencia misma del propio Israel. Hezbolá, Hamás y aquellos de su entorno que les toleran (o que les votan), no quisieron tanto a Israel fuera del Líbano o de Gaza como empujarlo al Mediterráneo de una tacada. Y puesto que no habrá un segundo Holocausto, los israelíes bien podrían transformar pronto una guerra terrorista perenne que no pueden ganar fácilmente en una guerra aérea convencional contra la Siria patrocinadora del terrorismo que sí pueden ganar.

Por su parte, Estados Unidos ha dedicado miles de vidas y miles de millones en fondos a dar a luz a la democracia en Irak. Quisimos poner fin a nuestro antiguo apoyo cínico a los dictadores de Oriente Medio que nos ganó tanto desprecio, y en su lugar dar a los iraquíes una elección distinta a la de teocracia o la autocracia.

Al modo multilateral que tanto gusta, Estados Unidos ha recibido la ayuda de la Unión Europea, Naciones Unidas, China y Rusia a la hora de intentar convencer a los iraníes de la locura que supone producir armamento nuclear. Pero al igual que Hezbolá o Hamas, Irán no quiere hablar, tal y como sucede con secuestradores y decapitadores en Irak.

Las dos sociedades más progresistas de Europa –Dinamarca y Holanda– recibieron en sus costas a casi todo el mundo que viniera de Oriente Medio. Su hospitalidad multicultural se suponía que iba a llevar a una utópica nación de la "diversidad" de distintas razas, nacionalidades y religiones. En lugar de eso, tal libertinaje les ha ganado a las dos naciones la posición de parias en el mundo musulmán por las presuntas indiscreciones de unos cuantos dibujantes y cineastas independientes.

Pero a pesar de todas sus amenazas, lo que los islamistas –desde Hezbolá en el libanés valle de la Bekaa pasando por el gobierno iraní de Teherán a los yihadistas del triángulo sunní de Irak– no comprenden es que están empujando a los occidentales contra las cuerdas. Si la diplomacia, o la ayuda, o el apoyo a la democratización, o el multiculturalismo, o la retirada de territorios en disputa no satisfacen a los islamistas radicales, ¿qué lo hará?

Quizá nada.

¿Cuál podría acabar siendo entonces el nuevo enfoque occidental al terrorismo? Represalias rápidas y duras, pero sin nuestras pasadas preocupaciones por la construcción de naciones u ofertas democráticas a la teocracia y la autocracia, ni siquiera con la preocupación por si otros musulmanes son injustamente castigados por los islamistas que operan libremente entre ellos.

Cualquier nueva política de represalias –a la luz tanto del 11 de Septiembre como de los problemáticos esfuerzos por dar a luz democracias en Afganistán, Irak, el Líbano o Cisjordania– sería algo así como un exasperado regreso a la antigua costumbre de responder a los ataques con misiles lanzados por nuestra flota. Pero en el nuevo mundo de proyectiles nucleares iraníes y misiles de Hezbolá, Occidente respondería con algo mucho mayor que un simple misil.

Si no tienen cuidado, una Siria o un Irán terminarán encontrándose con una guerra convencional y no con la acostumbrada diplomacia fútil o las respuestas limitadas al terrorismo. Y la historia demuestra que los ataques masivos desde el aire son algo que a Occidente se le da bien.

De modo que, en el ínterin, esperemos que la democracia prevalezca en Irak, que nuestra masiva ayuda sea apreciada realmente por Oriente Medio, que la diplomacia funcione en última instancia con Irán, que Siria deje de apoyar a los terroristas, y que Hamas y Hezbolá detengan sus ataques de misiles contra Israel. Más por su propio bien que por el nuestro.

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