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José García Domínguez

Picasso en el Oasis: la época lila

Admirable iniciativa en cualquier caso, esa de colocar la alta cultura al alcance del pueblo.

Lo había entendido mal yo: la presentadora de TV3 no acababa de anunciar un plan de la Generalidad para distribuir de gratis un millón cien mil copias del curriculum vitae del tal Josep Serra, ese indocumentado sobrinito de Narcis Serra que pretenden nombrar director del Museo Picasso. No, se ve que no era eso. Pues, al parecer, lo que Maragall ansía regalarnos es otro presente: un millón cien mil ejemplares, sí, pero de cedés con la letra y música de Els segadors. Ya saben, Cataluña volverá a ser rica y plena, por encima de esa gente tan arrogante y tan soberbia, etc. Admirable iniciativa en cualquier caso, esa de colocar la alta cultura al alcance del pueblo. Tanto que desde la sociedad civil debiéramos imitarla.

Ahí va, pues, mi humilde granito de arena en homenaje al tan loable afán divulgador del President. Goce entonces el lector con los siguientes fragmentos de La segunda mujer, muestra señera de la ultimísima narrativa catalana y autobiografía apenas novelada de Luisa Castro, ex esposa del gran filósofo, laureado profesor de Ética y conocido muñidor de preámbulos estatutarios Xavier Robert de Ventós:    

– ¿En un ahora podré recogerlo? – Gaspar notó al preguntarlo que le temblaba la voz.
– ¡Y tanto, señor Ferré!

Se subió a la moto, se lanzó como un rayo a la Vía Augusta, sorteó los tubos de escape de los coches, se saltó tres semáforos y se plantó delante del número 79 de la calle Mallorca. Eladi estaba todavía en bata. En cuanto vio entrar a Gaspar le entregó el sobre que tenía dispuesto en la mesa del recibidor. Gaspar lo guardó en su maletín. Las manos de Eladi temblaban, pero es que siempre le temblaban un poco las manos a Eladi cuando se encontraba con Gaspar.

– Muchas gracias, no me voy a olvidar de esto, Eladi. Sé perfectamente lo que haces por mí.

Eladi no era mal chico. Había sabido medrar hasta auparse a una importante y discreta segunda fila en la Generalitat y, como su padre, el viejo Eladi, portero durante toda su vida en la casa familiar de los Ferré, también él era una persona fiel. Fueron los Ferré quienes le consiguieron su primer empleo en un bufete de abogados, y treinta años después Eladi había podido acceder a las preguntas del examen de las oposiciones a las que se presentaría el hijo de Gaspar.

Dos años más tarde, el servicial Eladi y el patriota Gaspar, papá del probo funcionario Frederic, vuelven a citarse en la calle Mallorca:

– Han descubierto un agujero de tres millones en la gestión de Frederic. No es un problema, pero Frederic estaba al cargo de ese departamento. Las compras realizadas durante su gestión no se corresponden con los gastos. Puede ponerse el dinero, pero lo va a tener que aclarar.

Gaspar encendió un cigarrillo. Se prestó a escucharle con los ojos muy abiertos, quietos. Eladi prosiguió:

– Son todos contratos firmados por Frederic, eso es lo que hay. Tiene un plazo de dos semanas para justificarlo. Se puede pagar una multa. ¿No tienes a alguien que te haga las facturas?
– Está Patricio – se aferró Gaspar.
– Patricio no sirve. Es la persona a la que se le han hecho la mayoría de las compras. Y él es ahora el galerista de Frederic, me parece.
– Cuenta mañana con el dinero. ¿Lo sabe alguien más?
– La auditora de la Generalitat es amiga de mi ex. No vas a tener problemas si mañana lo ingresas. Dile a Frederic que esté tranquilo.

Y tranquilo quedó el rapaz. Porque huelga decir que nada hubo. Ya se sabe, el Oasis.

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