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Gabriel Calzada

La imagen de ZP

. La sencillez y el poder político se repelen mutuamente. Por eso ZP le da tanta importancia al uso del marketing para cubrir su fatal arrogancia en bondadosa sencillez. Pero como dice el dicho, por mucho que la mona se vista de seda, mona se queda.

Zapatero comienza sus vacaciones lanzaroteñas el próximo martes. Serán unas semanas tranquilas para el país como suele ocurrir cada vez que el gobierno de una sociedad con instituciones libres deja de entrometerse en los asuntos de la ciudadanía por una temporada. Aún así el presidente del gobierno resultará molesto para el bolsillo de los españoles. Según se dice, este año viajará con un equipo de cocina de quince personas. Es posible que finalmente no sean tantos los miembros de la cocina de Moncloa que vuelen a Lanzarote porque este tipo de desembarcos choca frontalmente con la imagen de hombre sencillo que con tanto empeño cuida el presidente.

Las posibilidades de que sea sencilla una persona que ha calentado sillón parlamentario durante años y hecho campaña electoral para hacerse con el puesto de máximo poder político del país son casi nulas. A cualquier persona que piense unos minutos cómo puede ser de sencilla una persona que cree que la práctica totalidad de los problemas sociales se solucionan desde el intervencionismo y la coacción estatal le asaltará un gran escepticismo sobre la sencillez de este y otros presidentes. La sencillez y el poder político se repelen mutuamente. Por eso ZP le da tanta importancia al uso del marketing para cubrir su fatal arrogancia en bondadosa sencillez. Pero como dice el dicho, por mucho que la mona se vista de seda, mona se queda.

El verano pasado, el cultivo de su imagen de hombre del pueblo le llevó a renunciar al uso de un yate de lujo que estuvo a su disposición y la de su familia durante toda su estancia en la isla. Pero, según dicen, la defensa de esa idea no habría evitado que con el dinero del contribuyente se pagara el alquiler del exclusivo yate que permaneció atracado a la espera de un paseo marítimo que la imagen de ZP impidió. Dicen los lugareños que el capricho inutilizado por las exigencias del marketing costó entre 8 y 10 millones de las antiguas pesetas. Tampoco se escatimaron recursos a la hora de custodiar el barco por si Zapatero decidía cambiar de opinión. Sean ciertos o no, este rumor y el de la legión de cocineros describen a la perfección la relación que existe entre la ostentosa omnipotencia gubernamental y la mercadotecnia presidencial.

Estamos en la era de las apariencias. A los políticos no les importa un comino gastarse un dineral arrancado a los individuos productivos sino evitar parecer ostentosos. Son las cosas del poder. Sobre todo cuando uno se empeña en convencer a toda la sociedad que ser el entrometido número uno del país y vivir del dinero ajeno no impide ser un ciudadano más.

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