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Luis Hernández Arroyo

Miedo al abismo

Los keynesianos odian la flexibilidad. No le conceden la menor virtud y se olvidan de ella como si estuviéramos todavía en los años de la rigidez de los 70. El caso es que cuando lleguen a la Casa Blanca, corremos el peligro de que se la carguen.

La Reserva Federal ha decidido no elevar los tipos de interés. En mi opinión, ha sido una decisión parcialmente acertada. Acertada porque creo hubiera sido peor elevarlos; parcialmente, porque creo que las anteriores subidas, hasta alcanzar el 5,25% actual, han sido excesivas, y quizás lo más valiente hubiera sido bajarlos. De todas formas, no lo tiene fácil. Está, como todos los bancos centrales, en un embrollo de cuidado. Por una parte, la inflación ha seguido escalando posiciones, y hasta los índices subyacentes se han puesto rebeldes; por otra, se huele cierto pánico a recesión pura y dura, y no el aterrizaje suave con el que se soñaba. Según observadores de prestigio, podríamos encontrarnos con una situación como la de 2000, tras los sucesivos aumentos de tipos de Greenspan hasta junio de ese año. Cuando llegaron al 6%, estalló la burbuja especulativa, se derrumbaron los beneficios empresariales y Greenspan decidió bajar los tipos para evitar un derrumbe de los mercados financieros y una posible deflación. Lo logró a cambio de fuertes críticas y de provocar una creciente burbuja inmobiliaria.

Pero, a diferencia de entonces, es de temer que una bajada de tipos no funcionara igual. Al menos así piensa, por ejemplo, Roubini en su prestigioso blog. Parte de sus argumentos son difíciles de rebatir, pero otra parte consiste en el amontonamiento de posibles desgracias que ciertamente, si se dieran todas juntas, nos meterían en un pozo sin fondo. Pues Roubini pinta un escenario en el que Estados Unidos cae en una recesión que se ve acentuada por los siguientes agravantes: el resto del mundo también se contrae, la gente deja de confiar en el dólar, la inflación sube en un escenario de estanflación (aumento de la inflación y caída de la producción) y otras lindezas que dan lugar a un panorama infernal, en el que casi todo se hunde en una recesión de caballo. Según él, en tal escenario sería estéril bajar los tipos de interés, pues ello no revitalizaría un mercado inmobiliario en franco retroceso. Lo que pasa es que creo que Roubini, como Krugman y otros, es prisionero de un deseo: el deseo de que esta administración se la pegue y que ganen los demócratas. Para ello carga las tintas y acumula todos los riesgos negativos, lo que hace muy improbable que suceda su predicción. Como ven, en todas partes cuecen habas, y hay muchos candidatos a ser un Miguel Sebastián en la futurible administración Kerry, o quien toque. Pese a ello, ¿por qué no? Podría tener razón. La verdad es la verdad, la diga Agamenón, o la diga su porquero.

Hay un elemento que no ha tenido en cuenta. La economía americana ha dado muestras de haber ganado un grado de flexibilidad enorme; la globalización le ha sentado muy bien. De hecho, ha sido la única que se ha beneficiado de verdad de la apertura mundial de mercados, tanto como compradora, como en los efectos de contención de costes internos. El último índice de coste del empleo, para el segundo trimestre, con un 3%, quiere decir llanamente que los trabajadores siguen sin presionar a sus empleadores, pese a la pérdida de poder adquisitivo derivado del constante ascenso de la gasolina. Pero los americanos han dejado de consumir otras cosas para mantener su coche rodando, lo cual es una reacción muy sana para todos. La contención salarial, junto con el aumento de la inflación, quiere decir que las empresas han mantenido sus beneficios. Hay otros signos de flexibilidad individual –que no dirigida, como en Europa– que son mucho más importante de lo que usualmente se tiene en cuenta. Estados Unidos sencillamente estaría ahora como Europa si no hubiera tenido esa flexibilidad individual frente a los choques experimentados. Y, ciertamente, en caso de que se ponga feo el panorama, una bajada de tipos tendría efectos revitalizadores, tanto en el consumo como la inversión, con lo que las consecuencias negativas serían siempre más benignas. Es más: Greenspan no hubiera podido llevar los tipos al 1% si no fuera por esa flexibilidad.

Los keynesianos odian la flexibilidad. No le conceden la menor virtud y se olvidan de ella como si estuviéramos todavía en los años de la rigidez y del corsé de los 70 (bueno, Europa lo está). El caso es que cuando lleguen a la Casa Blanca, corremos el peligro de que se la carguen. Clinton mostró ser un gran zorro al mantener intactos los logros de Reagan y le fue muy bien. Veremos si se les ha borrado o no de la memoria esa experiencia.

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