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Victor D. Hanson

No es sólo por territorios

En un momento u otro han adoptado todas las ideologías en bancarrota que culpan a otros del fracaso propio: el fascismo, el comunismo, el baasismo, el pan-arabismo y, más recientemente, el fundamentalismo islámico.

A pesar de las afirmaciones de las organizaciones terroristas, la presente guerra de dos frentes de Israel no tiene que ver exclusivamente con los territorios en conflicto. Después de todo, Hezbolá y Hamas dispararon misiles desde el Líbano y Gaza mucho después de que Israel se hubiera retirado de ambos lugares.

En realidad, si el sagrado suelo árabe fuera la fuerza motriz de la crisis de Oriente Medio, entonces ciertamente la propia Siria estaría dispuesta a arriesgarse a un enfrentamiento a causa de los cruciales Altos del Golán de presencia israelí. Además, El Cairo es quizá el centro del virulento antisemitismo árabe, a pesar de que Israel entregó el Sinaí a Egipto en 1982.

El mundo rezó para que, después de la salida unilateral de Israel del Líbano en el 2000 y de Gaza en el 2005 y de las recientes elecciones en Beirut y Palestina, pudiera ser testigo de una evolución creciente hacia una paz duradera entre estados democráticos racionales.

Gradualmente, Israel volvió a sus fronteras de 1967. En respuesta, se esperaba que gradualmente los vecinos árabes de Israel votarían a hombres de estado que renunciasen al terror y se volcasen en la empresa de diseñar economías y gobiernos funcionales. Pero todo ese optimismo presuponía un cambio radical en la mentalidad de Oriente Medio. Y, desafortunadamente, eso no ha cambiado.

Pero si la última guerra del Líbano y Gaza no tiene que ver con los territorios per se, ¿en dónde se fundamenta entonces ese deseo elemental de destruir Israel?

La respuesta se reduce a que los islamistas sienten que su reputación está el juego. Palabras como "honor" u "orgullo" son evocadas –en el sentido de que necesitan conservarse– por todo radical inseguro del mundo islámico, desde el jefe de al-Qaeda, Osama bin Laden, hasta el de Hezbolá, Hassán Nasralah, pasando por el presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad. Multitudes con el puño en alto, fieros mulás y terroristas; todos se jactan de no ceder ni un centímetro ante los infieles y prometen la restauración del honor hoy mancillado del pueblo islámico.

¿Por qué se sienten tan agraviados?

Durante el último medio siglo, la globalización ha pasado de largo del recalcitrante Oriente Medio, económica, social y políticamente. El resultado es que el mundo islámico produce hoy muy pocos inventos y aún menos ciencia pero una gran cantidad de pobreza, tiranía y violencia. Y en lugar de llevar a cabo los cambios estructurales necesarios que podrían poner fin a los obstáculos culturales al progreso y la modernidad –obstáculos como el tribalismo, el patriarcado, el apartheid de género, la poligamia, la autocracia, el estatismo y el fundamentalismo– demasiados habitantes de Oriente Medio han preferido abrazar el pasado reaccionario y el culto al victimismo.

En un momento u otro han adoptado todas las ideologías en bancarrota que culpan a otros del fracaso propio: el fascismo, el comunismo, el baasismo, el pan-arabismo y, más recientemente, el fundamentalismo islámico.

Cuando hay un paro elevado, corrupción, crecimiento económico nulo, analfabetismo endémico y ninguna libertad, los mulás, los dictadores y los jihadistas de Oriente Medio siempre parecen achacarlo a la antigua potencia colonial –Gran Bretaña, Francia o Italia (aunque raramente la Turquía islámica)– que presuntamente les hizo retroceder más de un siglo. O intentan culpar al omnipresente Estados Unidos, cuyos expertos petrolíferos desarrollaron las riquezas del Golfo y cuyo ejército ha salvado a musulmanes de Kosovo a Kuwait.

Pero, por encima de todo, los líderes como Gamal Nasser, el ayatolá Jomeini, Sadam Husein, Yasser Arafat u Osama bin Laden han convertido en chivo expiatorio al pequeño Israel.

Es su diana occidental más próxima, y los supervivientes del Holocausto que la habitan transformaron un trozo de desierto en un estado occidental tecnológicamente sofisticado. El sorprendente éxito de Israel es una fuente de constante irritación para muchos musulmanes vecinos, pues representa la capacidad de los infieles de dar lugar a una sociedad próspera en Oriente Medio sin necesidad del dinero del petróleo y bajo auspicios democráticos.

El victimismo resulta ser la única religión real de Oriente Medio, capaz de unir a chiíes, sunníes, dictadores, teócratas y terroristas. "La culpa es de ellos" es la explicación fácil de por qué los estados islámicos son ahora débiles, aunque es una explicación que ofrece poca esperanza a los millones de pobres que habitan en ellos, que irónicamente emigran por millones a su denostado Occidente.

Las ayudas norteamericanas en dinero contante y sonante, las concesiones israelíes, las avalanchas de beneficios del petróleo, y por encima de todo, el apaciguamiento de los islamistas radicales, no pueden hacer nada a la hora de aliviar estos presuntos agravios. Y es que no habrá paz en Oriente Medio hasta que iraníes y árabes no tengan un verdadero gobierno constitucional, instituciones libres, mercados abiertos y el mandato de la ley. Sin estas reformas continuarán fracasando, buscando un refugio fácil en su insignificante y mitológico honor ancestral y su patética neurosis de culpar al vecino Israel por la pérdida del mismo.

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