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Charles Krauthammer

Los peligros de contar con "los aliados"

Pero subestimamos la malicia francesa (sobreestimarla es matemáticamente imposible). Una vez que la resolución fue aprobada, Francia anunció que, en lugar de los 5000 soldados que se esperaban, enviaría 200.

El cowboy se ha jubilado. El multilateralismo está de vuelta. La diplomacia es la reina. Eso es lo que generalmente se cree del segundo mandato de George W. Bush: bajo la influencia de la secretario de estado Condoleezza Rice, la administración ha incluido por fin a "los aliados".

Esto se considera un cambio de curso radical. No lo es. Incluso el unilateralista más ardiente prefiere siempre apoyo multilateral bajo una de las dos siguientes condiciones: existe algo que los aliados pueden realmente ayudar a lograr o de todos modos no hay nada que hacer, de modo que el multilateralismo te concede el disfraz de aparentar hacer algo.

Las negociaciones a seis partes sobre Corea del Norte son un ejemplo de los segundo. Hace mucho tiempo que Corea del Norte pasó a ser nuclear. Nuestro momento para actuar fue durante las administraciones de Bush padre y Clinton. No se hizo nada. Y nada puede hacerse ya. Una vez que el país ha pasado a ser nuclear, no hay retorno. Los propios proyectiles nucleares actúan como disuasor frente a medidas militares. Y ningún diplomático, sin importar lo melifluo que sea, va a hablar con Corea del Norte de desmantelar lo único que le concede cierta importancia en el mundo.

Al igual que la mayor parte de los esfuerzos multilaterales, las conversaciones a seis bandas únicamente conceden la apariencia de actividad, proporcionando así disfraz a una causa irremediablemente perdida. No hay nada malo en ese tipo de multilateralismo.

El Líbano es un ejemplo de la otra categoría; es multilateralismo que puede de verdad lograr algo. Estados Unidos trabajó asiduamente para redactar un borrador de resolución del Consejo de Seguridad que crease una fuerza internacional poderosa y, por tanto, una barrera real en el sur del Líbano. Sin embargo, cuando el gobierno libanés y la Liga Árabe expresaron sus objeciones, Francia se convirtió en su abogado y renegoció el borrador con Estados Unidos. El Departamento de Estado cedió a una resolución mucho más débil con el argumento bastante razonable de que, puesto que Francia iba a encabezar y ser el principal participante en la fuerza internacional, nosotros no debíamos dictar los términos bajo los que operaría la fuerza.

Pero subestimamos la malicia francesa (sobreestimarla es matemáticamente imposible). Una vez que la resolución fue aprobada, Francia anunció que, en lugar de los 5000 soldados que se esperaban, enviaría 200. El ministro de defensa francés explicó que Francia no iba a enviar soldados bajo un mandato y unas reglas de actuación limitadas, precisamente el mandato y las reglas de actuación que los franceses nos acababan de obligar a acordar.

Esta sobrecogedora duplicidad –¿será un pago por la compra de Louisiana?– dejó en ridículo al Departamento de Estado, que luego fue aliviado en parte cuando Francia acordó enviar 1600 soldados adicionales. Pero el revés fue menor en comparación con lo que ahora afrontamos con Irán. Las actividades de Hezbolá en el sur del Líbano son un incordio importante, pero un Irán nuclear es una importante amenaza estratégica.

El problema no es tan intratable como Corea del Norte porque Irán no ha cruzado el umbral nuclear. Y la diplomacia norteamericana, hasta la fecha, ha estado justificada. La iniciativa de junio de la secretaria Rice posponiendo el debate sobre sanciones en el Consejo de Seguridad, iba encaminada a mantener a los aliados a bordo. Ofrecía a Irán un importante abanico de incentivos económicos y diplomáticos (incluyendo relaciones con Estados Unidos), con apenas una única condición: Irán tenía que detener el enriquecimiento de uranio de manera verificable.

Ya tenemos la respuesta de Irán. No lo aceptará. La víspera de enviar su respuesta a Naciones Unidas, Irán prohibía el acceso a los inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica a las instalaciones de enriquecimiento de uranio de Natanz. Nuestro ejercicio de multilateralismo ha llegado ya al punto crítico. Nunca esperamos que Irán respondiese positivamente. Toda la idea de llegar hasta ese punto era demostrar la buena voluntad estadounidense y hacer que nuestros aliados apoyasen sanciones reales en el Consejo de Seguridad.

Pero esto no funcionará. Los rusos y los chinos ya están dando signos de que van a permitir que Irán se escape del proceso continuamente. Incluso si llegamos a imponer sanciones sobre Irán, indudablemente van a ser débiles. E incluso si son fuertes, los mulás no abandonarán la gloria y el prestigio que conlleva la bomba, especialmente sobre los árabes, a cambio de una ensalada de ayudas.

Hablando de manera realista, la idea de este ejercicio multilateral no puede ser detener el programa nuclear de Irán mediante diplomacia. Eso ha sido siempre una fantasía. Precisará de medios militares. Un ataque tendría consecuencias terribles. Éstas tienen que ser sopesadas frente a las terribles consecuencias de permitir a unos líderes iraníes abiertamente apocalípticos adquirir herramientas de genocidio.

La idea del elaborado ejercicio actual de diplomacia multilateral es alterar ligeramente ese futuro cálculo. Al demostrar extraordinaria tolerancia y acomodo, quizá hayamos comprado la disponibilidad de nuestros aliados más cercanos –Gran Bretaña, Alemania y, sí, Francia– hacia un ataque militar en ese día fatal en que la diplomacia haya recorrido su camino.

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