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EDITORIAL

Márchese, señor Ahmadineyad

Las personas de bien tienen otro objetivo: que los ayatolás no sólo abandonen su programa nuclear sino que dejen de colgar de grúas a homosexuales y mujeres que se defienden de intentos de violación. Que se marchen y dejen de tiranizar a su pueblo

Estados Unidos está actuando como todos los progres del mundo exigían que actuara, a través de la ONU. El Consejo de Seguridad le dio un ultimátum a Irán para que abandonara sus actividades nucleares y se sometiera al control de los inspectores del egipcio El Baradei, director de la Agencia Internacional de Energía Atómica. El informe presentado por éste el día que expiraba el plazo no deja lugar a dudas: Irán no sólo no ha abandonado su programa sino que lo ha acelerado. El embajador estadounidense en la ONU, John Bolton, lo ha dejado claro, asegurando que la negativa a ser inspeccionado sólo puede ser debida a que el programa iraní no tiene por objetivo el uso civil de la energía nuclear sino el militar.

Y es que no es sólo la administración Bush quien ha advertido de los grandes riesgos que supondría un Irán nuclear en manos de los ayatolás. Tanto la ONU como países tan poco afectos al dirigente norteamericano como Francia han mostrado su preocupación, si bien, en su estilo habitual, no parecen tener muy claro qué hacer al respecto. Hay pocas voces que disientan. Está Hugo Chávez, claro, que asegura que su país "estará junto a Irán en cualquier momento y bajo cualquier condición" porque "juntos podrán derrotar al imperialismo", a quien el presidente iraní considera "un hermano y ojalá un compañero de lucha". Pero, en principio, ningún país serio se ha alineado con Irán en esta crisis.

Claro está, si exceptuamos el nuestro. Aunque Zapatero no haya sido tan explícito como Chávez, lo cierto es que Máximo Cajal ha dejado por escrito que "Irán tiene derecho a disponer de armas atómicas". Y siendo el embajador del presidente para la Alianza de Civilizaciones, un invento iraní que a la mayoría se nos antoja una estupidez pero que para el Ejecutivo debe de ser muy importante, no parece que la gravedad de sus declaraciones le haya costado el puesto, de donde cabe presumir que el presidente las apoya. Más aún cuando ha dado su beneplácito al viaje que el ex presidente socialista Felipe González ha hecho al Irán de los ayatolás pocas horas antes del vencimiento del ultimátum y la presentación del informe sobre las actividades nucleares de la teocracia islámica, viaje en el que ha corroborado las palabras de Cajal.

Resulta difícil no ver la mano de Zapatero envuelto en el pañuelo palestino tras estos movimientos. Concuerda además con su desmedido interés, que le ha hecho incluso saltarse su propia Ley de Defensa, en enviar soldados españoles al Líbano. Puesto que empieza a parecer claro que la fuerza de interposición no va a desarmar a Hezbolá sino a impedir que lo haga Israel, no resulta extraño que envíe emisarios a apoyar a quienes desean "borrar del mapa a la entidad sionista".

Las personas de bien, en cambio, tienen otro objetivo: que los ayatolás no sólo abandonen su programa nuclear sino que dejen de colgar de grúas a homosexuales y mujeres que se defienden de intentos de violación. Que se marchen y dejen de tiranizar a su pueblo. Sólo si se marchan Ahmadineyad y los suyos podremos respirar tranquilos sin la amenaza nuclear de los islamistas. Esa amenaza en la que los socialistas parecen tener tanto interés.

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