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¿Qué hacemos en Afganistán?

En Afganistán la situación es muy delicada y ayudar a la reconstrucción supone enfrentarse con las milicias islamistas. Nuestros hombres están haciendo lo que les corresponde, que no es lo que se nos vende.

Lo repiten una y otra vez. Ahora vamos en "operaciones de paz", ya no hacemos la guerra. Nuestros soldados actúan bajo el mandato de Naciones Unidas, no en acciones unilaterales. El que la historia reciente muestre exactamente lo contrario no es problema, ni ellos están muy leídos en dicha disciplina ni les importa demasiado. Confían en que los electores tengan tan poco interés como ellos y que la música les guste. Sin embargo, la realidad es terca y no se deja domar por monsergas partidistas.

El término "operación de paz" no pertenece al vocabulario literario sino al técnico. En realidad recoge un abanico de misiones que tienen en común dos cosas, que la fuerza es de Naciones Unidas o está auspiciada por dicha Organización y que tiene como objetivo el logro de la paz. Para la consecución de este fin cabe el uso de la fuerza, en particular en las denominadas operaciones de "imposición de la paz". No son unidades pacifistas, son formaciones militares en acciones específicas de su propia condición armada.

El contingente español en Afganistán está viendo como su situación empeora día a día. El relevo que la OTAN está realizando a las fuerzas norteamericanas está siendo aprovechado por las milicias talibanes para ponerlos a prueba. Los choques son muy duros y las bajas aumentan. Nuestros hombres están sufriendo el fuego enemigo, aunque no se encuentran en la zona más conflictiva. El problema que nos podemos encontrar en las próximas semanas, si la campaña talibán continúa antes de que llegue el invierno, es puramente político.

El gobierno aumentó el contingente español como una forma de calmar el enfado norteamericano por la vergonzosa retirada de Irak. No se consiguió lo que se buscaba. Acción tan ridícula sólo confirmó la imagen que nuestro presidente ya tenía en Washington. Pero, para justificarla, hubo que volver al discurso de las operaciones de paz, de que nuestros hombres no corrían riesgo, de que sólo iban a ayudar a la reconstrucción del país. El inefable Bono –¡cuánto le echamos en falta!– organizaba viajes vendiendo como nadie el discurso. Pero no era verdad. En Afganistán la situación es muy delicada y ayudar a la reconstrucción supone enfrentarse con las milicias islamistas. Nuestros hombres están haciendo lo que les corresponde, que no es lo que se nos vende. Lo triste es que lo tienen que hacer a escondidas, como tratando de no molestar al Gobierno que los ha enviado allí.

No se puede jugar a la Alianza de las Civilizaciones, a criticar al Papa, a regañar a los periodistas por publicar viñetas ofensivas contra el Islam y, al mismo tiempo, contentar a Bush enviando más tropas a Afganistán, presionar al PP convirtiendo nuestras Fuerzas Armadas en la fuerza de paz de Kofi Annan y mantener la monserga de las operaciones de paz. Tanto malabarismo choca con la realidad que es la guerra contra el islamismo, una guerra que ellos nos han declarado, que no es posible evitar y que no admite estrategias de pacificación, salvo que se esté dispuesto a asumir la condición de vasallo.

A Zapatero no le resultará fácil mantener por mucho tiempo el mito de las operaciones de paz: que son seguras, que despiertan las simpatías de los lugareños y que convierten a nuestros soldados en constructores de sociedades renovadas, como el aparato de Prisa repite machaconamente. Si somos un obstáculo nos atacarán y si no lo somos es que estamos colaborando con ellos para vergüenza nuestra.

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