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Enrique Dans

Comunidades y tesoros

Esté pendiente de las comunidades que conozca, de los sitios de ese tipo en los que participe o de los que haya oído hablar. En no mucho tiempo, seguro que podrá ver cosas francamente interesantes

Es uno de los temas sobre los que más se ha escrito desde los principios de la red. Y sin embargo, ahí sigue, traído y llevado, escasamente asimilado, con cierto halo de pertenecer todavía al mundo “poco serio”, “poco de negocios”, “de escaso interés”… Hasta hace poco, las comunidades en la red se veían como algo casi peligroso, de control difícil o imposible, con tendencia a lo vitriólico y lo incendiario. Y es que, como bien comentaron John Hagel III y Arthur G. Armstrong en un libro de 1997, prácticamente ya un clásico, titulado “Net Gain”, “aquellos que sean capaces de entender la transferencia de poder desde el vendedor a los clientes y sepan capitalizarlo construyendo comunidades virtuales podrán gozar de una lealtad muy superior y de unos rendimientos económicos envidiables”.
 
La cita, a pesar de ser, como decíamos, de un libro de 1997, toda una eternidad en Internet, es completamente actual y pertinente en los tiempos que corren. Cada vez más estamos presenciando en todo el mundo la aparición de páginas, de sitios en la red, que consiguen convertirse en comunidades en las que los usuarios no se limitan al pasivo papel de consumidores de contenidos o de productos, sino que participan en la producción de los mismos, entregan tiempo y esfuerzo a escribir, a programar, a crear, a puntuar o a recopilar cualquier tipo de contenido, aportando habitualmente un nivel de dinamismo y de vivacidad notables al sitio que tiene la suerte y el saber hacer de contar con ello. Sitios como Digg o su genial versión española, Menéame, en donde los usuarios aportan y votan vínculos a noticias o a temas que resultan de su interés y entran, además, en discusiones de todo tipo al respecto de los mismos, pueden perfectamente dar fe de la importancia y magnitud del fenómeno.
 
En el caso del ejemplo español, creado hace menos de un año por Ricardo Galli, un profesor de la Universitat de les Illes Balears de que dio nombre al proyecto siguiendo la dirección en Internet del servidor de su universidad, que comienza por las letras “mnm”, el susto ha debido ser mayúsculo: todos los días, entre cuarenta y cincuenta mil usuarios únicos descargan una barbaridad de páginas y votan noticias de todo tipo, noticias que, al llegar a portada, desencadenan riadas de visitas al sitio que originalmente las publicó. En otros sitios, como La Coctelera, creado por la empresa española The Cocktail como un proyecto casi de demostración, un número elevadísimo de usuarios crean y mantienen todos los días infinidad de páginas personales mediante una herramienta deliciosamente sencilla de manejo, crean círculos de personas cuyas páginas leen habitualmente y aparecen en portada cada vez que escriben algo nuevo. Pero no es necesario irse a proyectos de ese tamaño (que repetimos, a pesar del tamaño, han sido creados casi como quien dice antes de ayer) para comprobar la pujanza del fenómeno: todos los días, en la infinidad de blogs que tienen la seguramente merecida suerte de contar con una serie de “parroquianos habituales” que los enriquecen con sus comentarios, podemos ver como un variable número de personas entregan gustosos su tiempo y su creatividad al desarrollo de sitios de los que únicamente obtienen algunas respuestas (no siempre positivas) a sus contribuciones, y una cierta sensación de “formar parte de algo” en lo que les gusta participar.
 
Las comunidades son entidades sumamente complejas. Administrarlas, si es que se le puede llamar así, es un trabajo misterioso, en el que existen muy pocas reglas escritas, y en el que la sensación de control no suele existir. El miembro de una comunidad, en general, es alguien con un nivel de fidelidad a la misma bastante elevado, que no suele acudir simplemente de paso –aunque en toda comunidad existen ese tipo de visitantes efímeros que suelen venir, habitualmente, de los motores de búsqueda– y que, además, tiende a ser, más que un cliente, un auténtico “vendedor”, un “evangelista”. De hecho, si sabe que una persona participa en una comunidad con un nick determinado, puede obtener una visión muy interesante de esa persona simplemente echando un vistazo a sus participaciones habituales en la misma: sus opiniones, su tono, su estilo le dirán posiblemente mucho acerca de esa persona. Los miembros de una comunidad mantienen, basándose en eso, relaciones que suplantan a menudo al conocimiento personal fuera de Internet, pero que no por ello tienen necesariamente un menor grado de intensidad.
 
Tras muchos años de haber nacido las primeras comunidades en Internet, el fenómeno se ha puesto de moda. En breve, empezaremos a ver como la escena de los medios tradicionales empieza a revestirse cada vez más de esa necesaria interactividad que los usuarios demandan y las comunidades proporcionan, empezaremos a ver el auge de lo que se denominarán “medios sociales”, en los que los contenidos serán la necesaria piedra angular sobre los que los usuarios hablarán, intercambiarán opiniones, votarán o disertarán si quieren. Será una nueva generación de medios, apoyados en herramientas que se han desarrollado en general al margen de los mismos, mirados casi con indiferencia, con desprecio. Pues no. Ahora, ni indiferencia, ni muchísimo menos desprecio. Ahora, quien tiene una comunidad, tiene un tesoro. Pero cuidado, nadie “tiene” una comunidad. Las comunidades no se “tienen”. Se mantienen, se cuidan, se miman y se cultivan, pero poco más. En el fondo, el poder lo tiene quien lo tiene: ese ente de dudosa forma, evolución y comportamiento denominado “la comunidad”.
 
Esté pendiente de las comunidades que conozca, de los sitios de ese tipo en los que participe o de los que haya oído hablar. En no mucho tiempo, seguro que podrá ver cosas francamente interesantes.

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