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José Vilas Nogueira

La flaqueza del estilita

¿Por qué tiene entonces tan mala fama el dinero? Hay toda una tradición de pensamiento pauperista, muy arraigada en casi todas las religiones, reasumida por la pseudo-religión socialista-progresista contemporánea, que demoniza al dinero.

Allá por el siglo V, Simón, penitente en el desierto, decidió extremar su alejamiento del mundo subiéndose sobre una columna. Este asceta, imbuido de espíritu emulativo similar al de un atleta moderno, fue haciendo elevar progresivamente la altura de su columna. Su record quedó establecido en algo más de quince metros. Tal hazaña atlético-penitente le reportó justificada fama de santo. Miles de peregrinos se acercaban admirados a pedirle consejos y oraciones. La Iglesia le canonizó.

No seré yo quien objete sus méritos. Lo que me interesa señalar es que sus logros contemplativos no hubiesen sido posibles sin el concurso de los rendimientos de otras gentes dedicadas a más habituales ocupaciones activas. Es posible que tenga más mérito habitar una columna que construirla, pero sólo se puede habitar si alguien, uno mismo u otros, la ha previamente construido.

Pero si uno hubiese de fabricarse todas las cosas que necesita, pocas necesidades podría satisfacer, y mal. Por eso, con el desarrollo de la civilización, se fue extendiendo la división del trabajo, de suerte que cada persona produce una sola cosa (o algunas pocas), confiando en el intercambio con los demás para la adquisición de las restantes que apetezca o necesite. Sin embargo, el inconveniente del sistema de trueque es fácil de advertir. Precisa de encontrar una persona dispuesta a desprenderse de la cosa que uno apetezca y, además una vez encontrada, a la que le interese lo que uno le ofrezca a cambio.

Como esto resulta complicado, desde antiguo se ha recurrido a la utilización de algunas mercancías como medio de cambio. El dinero es el último estadio de esta evolución: un medio de cambio universal (es cierto que el dinero puede ser también otras cosas, pero esto no afecta a mi argumento). Por ejemplo, si yo quiero no saber qué pasó el 11-M compró El País. En cambio, si no existiese el dinero difícilmente podría no saber lo que pasó el 11-M pues dudo mucho que lo que yo hago le pueda interesar a PRISA.

¿Por qué tiene entonces tan mala fama el dinero? Hay toda una tradición de pensamiento pauperista, muy arraigada en casi todas las religiones, reasumida por la pseudo-religión socialista-progresista contemporánea, que demoniza al dinero. Pero el dinero no vale en tanto sustancia, sino como medio de cambio. Un mercader extraviado en el desierto, quizá buscando a Simón el estilita, aunque lleve un camello de oro es más pobre que yo. Por muchas monedas que lleve consigo morirá de sed, a falta de un aguador con el que intercambiar alguna.

Esta actitud irracional e insensata no viene de los pobres. La generalidad de los pobres apreciamos el dinero. Los inmigrantes africanos se juegan la vida para llegar a Europa movidos por la esperanza de ganar dinero, no por cultivar su espíritu. Días atrás un grupo de jóvenes escapó de un centro de acogida porque querían trabajar (para ganar dinero) y no estudiar. Los pobres, y los menos pobres, del país, además de trabajar, intentan ganar dinero con los mil y uno juegos de lotería que el Estado explota o controla.

Las religiones institucionalizadas afectan despreciar el dinero, pero sin él no podrían mantener sus grandes templos, ni subvenir a las necesidades de su clero, ni de su acción proselitista o caritativa. Serían un Simón sin columna. Aunque en los Evangelios la parábola de los talentos es ilustrativa de una acertada comprensión de la economía, y, hablando de Simones, en la casa del leproso Jesús censura la indignación de quienes critican a la mujer que le ha ungido con costosos perfumes, la interpretación pauperista es la dominante.

Pero los mayores críticos del dinero se encuentran entre los adeptos a la pseudo-religión socialista-progresista. Los más de ellos son millonarios, circunstancia que acrecienta su mérito y altruismo, pero no tanto que renuncien a sus dineros a favor de quienes no los tienen. En muchos casos su mérito se acrecienta porque no han ganado su fortuna en el mercado, institución tan demoníaca como el dinero. No; la han ganado desde el poder, por el ejercicio de cargos políticos, tráfico de influencias, colusión con capitalistas aprovechados, o gracias a la rica subvención. Excelsa espiritualidad y elevado postmaterialismo.

Los “materialistas” a hacer columnas, que no faltará quien se suba a ellas.

En Libre Mercado

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