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EDITORIAL

Rubalcaba, entonces y ahora

Si hemos de decidir qué versión de Rubalcaba hemos de creernos, la decisión es sencilla: ninguna. Ni hoy se ha convertido a la fe de la división de poderes ni entonces era mentira que el Gobierno hubiera montado los GAL.

Resultaría ridículo escuchar a Rubalcaba defender "la independencia de los jueces". Pero no lo es tanto; cuenta con la amnesia de los medios que lo apoyaron mientras se iban conociendo los espeluznantes detalles del terrorismo de Estado planeado y ejecutado por el anterior Gobierno del PSOE, y con el simple desconocimiento de las nuevas generaciones de españoles que auparon a los socialistas al poder el 13 y el 14 de marzo de 2004. Nadie quiere recordar lo que decía el mismo Rubalcaba hace diez años del mismo Garzón.

En 1996, el Garzón "independiente" de hoy no era "el paladín de la independencia de la justicia". Entonces, los autos del juez eran "eminentemente políticos" y una "carta abierta" al Gobierno; parecían más una "réplica parlamentaria". Un año antes, cuando aún ejercía de portavoz del Gobierno que encubría los GAL, criticaba al magistrado por "dar verosimilitud" a las "mentiras" de Damborenea, uno de los que tiraron de la manta. Para Rubalcaba, Garzón tenía "un mono tremendo de Parlamento, prensa y medios de comunicación".

Nadie que conozca un poco la trayectoria del juez duda de sus ansias de estrellato. Lo importante, en todo caso, es discernir si éstas le han llevado a aplicar la ley con rigor y justicia o a inhibirse y enredar. Cuando Felipe González pagó su silencio llevándole de número dos en sus listas fue un ejemplo claro del segundo caso. Cuando abandonó la política despechado por el posterior ninguneo del socialista y se puso a escarbar en busca de la X de los GAL lo fue del primero. En estos últimos años hemos tenido también claros ejemplos de estos comportamientos. Si durante los años de Aznar buscó la fama siendo el más implacable perseguidor de los asesinos de ETA, hoy se ha convertido en el mejor cómplice del Gobierno en el proceso de rendición y en otras cosas. Por ejemplo, en la labor de procurar la muerte civil a los policías honrados a quienes los nombrados a dedo por el PSOE falsificaron los informes.

Lo cierto es que lo dicho por Alfredo Pérez Rubalcaba es contradictorio, no ya con sus propias declaraciones con respecto al mismo juez que ahora intenta defender, sino con la costumbre inveterada de su partido de destruir a los jueces que no le son afectos. Ya Alfonso Guerra declaró que Montesquieu había muerto, es decir, que lo habían matado. Y tenía razón, porque la ley de 1985 consagró la sumisión del Poder Judicial al Parlamento, y la irremediable politización de las más altas magistraturas. Una ley que, por cierto, el PP tuvo oportunidad de reformar durante la legislatura anterior cumpliendo su programa electoral, pero que prefirió sacrificar en aras del "consenso", también conocido como complejo.

Pero el PSOE no se quedó allí. Cuando el pobre Marino Barbero, juez del Tribunal Supremo, intentó instruir el caso Filesa, se le negó toda colaboración por parte del Estado y tuvo que aguantar toda suerte de improperios, incluyendo que Rodríguez Ibarra lo comparara con la banda terrorista ETA. Tuvo que abandonar la judicatura y murió, poco después, completamente consumido. Ese sumario lo desmontaría después Bacigalupo, el juez que importó Felipe González de Argentina como muestra de su honda preocupación por la independencia judicial, y que sería después protagonista de otro de los claros ejemplos de cómo se las gastan los socialistas. Y es que resulta difícil de olvidar el linchamiento a Javier Gómez de Liaño, condenado sin pruebas porque Bacigalupo se consideró capaz de presumir en qué estaba pensando el juez cuando tuvo la ocurrencia de intentar juzgar a Polanco, actuando siempre de acuerdo con el fiscal. Doctrina inaudita sobre la prevaricación que el propio Bacigalupo no siguió en otros casos, ni antes ni después. El único caso en que la telepatía se aceptó como prueba para condenar a un juez intachable.

Así pues, si hemos de decidir qué versión de Rubalcaba hemos de creernos, la decisión es sencilla: ninguna. Ni hoy se ha convertido a la fe de la división de poderes ni entonces era mentira que el Gobierno hubiera montado los GAL. Es cierto que los jueces han de ser independientes del poder político, pero nunca independientes de la justicia. Algo que sucede con demasiada frecuencia cuando los intereses del PSOE están en juego.

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