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¿Tan mal lo ha hecho Bush?

Lo que hay que dejar claro es que Estados Unidos ha jugado a fondo la carta de Naciones Unidas y que ha sido esta organización la que ha vuelto a fracasar, ante la división de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

Las críticas arrecian desde la izquierda. Los más irresponsables afirman sin pudor que el pobre Kim se ha visto obligado a desarrollar el arma nuclear para defenderse de las agresiones de Bush. La ignorancia es osada. ¿Qué necesidad hay de molestarse en comprobar cuándo y por qué comenzó el programa nuclear? ¿Para qué repasar, o leer por primera vez, cómo Clinton trató de contenerlo y cómo fue engañado? Los más moderados acusan al presidente norteamericano de haberse distraído con temas menores, léase Irak, y haber desatendido los mayores: Irán y Corea. Estos últimos, que sí conocen el dossier y saben de qué hablan, no juegan del todo limpio; tampoco es costumbre hacerlo en política. La razón de que se atacase a Irak y no a los otros es que era viable. La invasión y cambio de régimen en Corea del Norte o Irán es una tarea mucho más complicada. Pero además ellos no la hubieran apoyado. Sin recurso a la fuerza, ¿cómo había que haberlo hecho? El silencio es sepulcral.

Bush no ha tenido nunca una política hacia Corea del Norte, quizás porque nunca creyó que hubiera solución. Dio carta blanca a los diplomáticos, que jugaron a fondo la opción multilateral. Mucho Consejo de Seguridad, mucha reunión con rusos y chinos, mucha declaración de que se perciben limitados pero esperanzadores avances... para nada. La diplomacia era, es y será inútil mientras Corea del Norte esté decidida a disponer de armamento nuclear y China a consentirlo.

Por lo tanto, lo que hay que dejar claro es que Estados Unidos ha jugado a fondo la carta de Naciones Unidas y que ha sido esta organización la que ha vuelto a fracasar, ante la división de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Que es el Consejo, junto con Corea del Norte, el responsable de esta gravísima quiebra del régimen de no proliferación. Que Pyongyang debe sufrir sanciones, aunque sean inútiles para el objetivo principal. Que China debe pagar un precio. Que los estados del área del Pacífico-Índico tienen que comprender la gravedad del comportamiento de Corea del Norte y de China, y adoptar medidas para garantizar su seguridad.

Puesto que el hecho es difícilmente reversible hay que adaptarse a un nuevo entorno. Lo primero es inutilizar el paso dado, mediante escudos antimisiles, capaces de derribar los norcoreanos y de golpear su territorio con precisión. Las armadas norteamericana, japonesa y taiwanesa tienen un papel importantísimo que jugar en el futuro, junto con sistemas establecidos en tierra. Lo segundo, controlar el tráfico marítimo y aéreo para impedir que el régimen de Pyongyang exporte material peligroso. Lo tercero, potenciar procesos en marcha como la reorganización de la defensa y el rearme japonés y la formación del eje India-Australia-Japón-Estados Unidos, comprometido con la defensa de la democracia liberal, en la lucha contra el islamismo y en la contención de China.

Bush ha hecho lo que estaba en su mano para mantener en pié el régimen de no proliferación y han sido otros los que lo han minado, envueltos unos en la retórica multilateral y otros en la pacifista o en la firme voluntad de acabar con él. Ahora se trata de dar forma a un nuevo sistema diplomático, donde el compromiso con los principios y valores universales actúe como elemento de cohesión. Bush no tenía una política sofisticada, pero sabía lo que hacía.

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