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Agapito Maestre

Del entusiasmo a la depresión política

La vida política concebida como respeto por las instituciones y el adversario político cesa por la depresión, por cierta nostalgia sin solución, que todo lo invade.

Enrarecida la escena política española por un Gobierno, que ha hecho de la ruptura, la discontinuidad y la negación del adversario político su forma peculiar de existencia, el esplendor de las ideas democráticas, de sistemas y teorías políticas sobre nuestra situación en el mundo, coincide con la pobreza de convicciones democráticas. El gobierno de Zapatero trata a la oposición como si ésta tuviera que ganarse a cada momento el derecho de existencia. Zapatero y Blanco tratan al PP como si éste tuviera que dar razones permanentemente sobre su derecho a existir. La cooperación entre fuerzas de distintos signos ideológicos ha dado paso, casi de modo definitivo, a un enfrentamiento frontal entre opciones políticas que no sólo se niegan el derecho a la diferencia sino incluso su existencia. Las descalificaciones, los improperios y la falta de sentido común, o sea político, que caracterizan al Gobierno respecto a la oposición en determinados asuntos, empiezan a ser dramáticos. No se trata de una crisis de instituciones sino de la negación de la institución de la oposición política.

Mientras la retórica democrática sigue poblando de ruidos nuestra escena política, el fracaso de las instituciones democráticas es ya narrado hasta por el más humilde cronista de la vida institucional. El Ejecutivo tiene un déficit de legitimidad democrática que está manchando incluso a la oposición. Un ejemplo de esa carencia es que De Juana Chaos, un terrible asesino de 25 inocentes, condenado a 3.000 años de cárcel, pueda verse "indultado", o libre de la prisión, por la política de entrega de Zapatero al terrorismo de ETA.

Que De Juana Chaos pudiera estar en la calle dentro de un corto plazo produce algo más que consternación temporal. Sí, posiblemente, esa política no tenga otro sentido que crear desidia política en los ciudadanos, o peor, depresión política del que será difícil salir indemne. El caso del terrorista de ETA es el último ejemplo de una acción política de carácter totalitario, que está sumiendo a la ciudadanía española en un estado de depresión colectiva. Por este camino, se diría que el entusiasmo político en la vida política española está dejando paso, definitivamente, a la depresión. Hay muchos responsables de este dislate moral y psicológico, pero, mientras no se demuestre lo contrario, aparte de algunos medios de comunicación, el Gobierno es el principal actor de este degradante proceso.

Aunque está por ver el rédito electoral que sacará de esta estrategia Zapatero, el Gobierno no ha hecho otra cosa que alimentar el odio entre regiones y comunidades y, en definitiva, entre vidas humanas para erigirse en pacificador de los conflictos que él mismo creaba. La reforma de los Estatutos de Autonomía sin contar con la oposición, o mejor, sin tener presente el común denominador de todas ellas, la nación española, es sólo otro ejemplo alarmante de ese proceso de ruptura y enfrentamiento guerra civilista entre opciones políticas.

En fin, el Gobierno ha tenido éxito, si lo que pretendía era alejar por vía de la depresión a los ciudadanos de las instituciones. Pues que, hoy más que ayer, el ciudadano medio comienza a experimentar con frecuencia inusitada miedo ante el otro, ante otra vida, ante otra alternativa. El Gobierno de Zapatero ha logrado degradar el entusiasmo de la transición y de la naciente democracia en depresión colectiva. La vida política concebida como respeto por las instituciones y el adversario político cesa por la depresión, por cierta nostalgia sin solución, que todo lo invade. El entusiasmo es ya pasado. La tristeza, la desilusión y el sentirse inferior al otro es, por desgracia, el estado político del español medio. Por el bien de todos, esperemos que la dejadez, desidia y falta de energías sean pasajeras. Evanescencias democráticas.

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