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EDITORIAL

Múgica, la disidencia se paga

Estos pequeños detalles, que suelen pasar desapercibidos al gran público, retratan a una legislatura mejor que cien discursos en la tribuna de oradores

En la España de Zapatero la disidencia política se paga cara. Y no por el vacío absoluto en el que vive la oposición o por los correctivos que reciben las autonomías no adictas al PSOE. Estos extremos son totalmente previsibles con un gobierno de izquierdas en el poder. Lo que sucedió ayer es mucho peor. El Defensor del Pueblo, todo un socialista histórico como Enrique Múgica, experimentó en sus propias carnes lo que cuesta oponerse a los dictados de Zapatero y de sus socios parlamentarios.

Ha salido adelante en el Congreso una propuesta de reprobación del Defensor del Pueblo. Ideada y ejecutada por Izquierda Unida, la moción –completamente absurda en tanto que esta institución no es reprobable en las cámaras– es la última peripecia parlamentaria del malhadado Estatuto catalán. Según parece, a los comunistas de Llamazares no les sienta bien del todo que Múgica, opuesto desde el primer momento al Estatuto, siga de Defensor del Pueblo. A la menguada representación en el Congreso que posee el partido de Llamazares le parece intolerable que la postura de Múgica coincida con la del PP y que, para colmo, se haya opuesto al Estatuto arguyendo motivos ideológicos, es decir, que para un socialista de verdad la insolidaridad territorial consagrada en el Estatuto es poco menos que una aberración. El remate ha sido que, para los impulsores de la reprobación, Múgica no ha efectuado un "análisis neutral" del documento. Para los comunistas, evidentemente, ser neutral es sinónimo de darles la razón. Por desgracia, nada ha cambiado desde la fundación del PCE hace más de ochenta años.

El PSOE, siempre entusiasta en complacer a los suyos, se ha apuntado a la reprobación con el espíritu despótico que es ya el santo y seña de la casa. Luego se han desdicho y López Garrido ha tenido que salir precipitadamente a retirar el apoyo de una iniciativa tan innecesaria como extravagante. Ha retirado el apoyo, pero gracias a los oficios de su partido facilitando el trámite, el Defensor del Pueblo tendrá que escuchar en la cámara baja cómo comunistas y nacionalistas se echan sobre su yugular y piden su reprobación y cese. No importará entonces que esa figura no exista, para los iluminados de la extrema izquierda –verdadero sostén del zapaterismo– cualquier ocasión es buena para desmelenarse en el parlamento.

Este triste episodio que ha tenido por protagonista a un hombre ejemplar, a un socialista de bien, demuestra hasta qué punto los socios antisistema del Gobierno están envalentonados y se saben dueños de una situación favorable que difícilmente podrá repetirse. Izquierda Unida ejerciendo de perro de presa de los que se oponen a su verdadero líder, que no es Llamazares sino Zapatero, y los nacionalistas lanzándose sobre los despojos. Estos pequeños detalles, que suelen pasar desapercibidos al gran público, retratan a una legislatura mejor que cien discursos en la tribuna de oradores. La que ahora atravesamos es la del radicalismo sin tasa en todos los ámbitos. El Defensor del Pueblo, lógicamente, no se iba a ir de rositas.

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