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EDITORIAL

No nos peguen

Después de calificar las palabras como agresiones, hipócritamente se lavan las manos cuando los militantes contestan con violencia.

Puede resultar aburrido leerlo una vez más, pero lo cierto es que en Cataluña no se ha hecho la transición a la democracia. La campaña electoral se centra, por tanto, no en la gestión de gobierno sino en la identidad, no en la confrontación de ideas sino en acallar por la fuerza a la nota desafinada de ese concierto de pensamiento único.

Después de calificar las palabras como agresiones, hipócritamente se lavan las manos cuando los militantes contestan con violencia. Alguno habrá que simule llevarse las manos a la cabeza. Cuentos para que en el resto de España los votantes sesteen como si nada ocurriera. En Cataluña ni eso hace falta; basta con que los medios del régimen lo silencien y justifiquen. "No nos peguen", ha pedido Zaplana en el Congreso de los Diputados. "Ya no hace falta", podría haber contestado la vicepresidenta. Y es lo más estremecedor, que no sea necesario y lo sigan haciendo. Qué haría el Gran Hermano sin su Goldstein y sus minutos del odio, en los que se llama "hijos de puta" a los del PP, se muele a pedradas el autobús de Josep Piqué o se dice que "quieren follarse a la derecha".

La única manera de desterrar este régimen infame es enfrentarse a él. Quizá no se consiga destruirlo, pero al menos no se vivirá con la infamia de no haberlo intentado. Recordar a los designados como ciudadanos de segunda que no tienen por qué serlo. Que pueden romper las cadenas con las que les han atado a la insignificancia. Eso es lo que debería hacer Piqué y no hace. Es lo que sí hace Ciudadanos. De ahí que sea la posible presencia de Albert Rivera y los suyos en el Parlamento catalán el único cambio de importancia real que pueden traer estas elecciones. Ese, y que el PPC sea dirigido por gentes que no se avergüencen de ser del mismo partido que aquellos que los defienden en Madrid de las agresiones.

En España

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