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Luis Hernández Arroyo

La creatividad, la innovación y la libertad

El progreso económico se basa en la "humilde" innovación, no en la "brillante" creación, como saben muy bien los historiadores. Y que el caldo de cultivo es la libertad, idea muy alejada de nuestras preocupaciones cotidianas, obviamente.

Leo una entrevista de dos invitados a la Cumbre Mundial de parques tecnológicos, celebrada en Madrid. Uno, Russell Hancock, es el presidente de Silicon Valley Network; el otro, Michael Schrage, es el director adjunto del prestigioso MIT (Instituto tecnológico de Massachussets). Para abreviar, entresaco lo que me parece más relevante de cada uno, con el fin de destacar la distancia cultural que nos separa del ámbito idóneo para cultivar la creación y la innovación tecnológica; dos cosas, por cierto, completamente distintas, pero que aquí confundimos con suma facilidad.

Hancock, afirma que "no hay una fórmula [para explicar el éxito del Silicon Valley]: es un clima, una cultura... es un hábito fértil para las empresas". "Nuestras universidades han entendido que su papel es hacer investigación básica", es decir –añado yo– creación pura, no inmediatamente rentabilizable.

Por su parte, de Mr. Schrage destaco: "El primer requisito de una creación es que sea adaptable al cliente. La mejor forma de asegurarse su incomodidad es pedirle que aprenda matemáticas. Es indispensable que [la creación] se pueda vender bien... Sólo innovas si lo utilizan los clientes."

Allí está muy claro el papel de cada uno y el de todos. La creatividad es el primer peldaño; es impredecible por definición y es, posiblemente, improductiva al principio, hasta que vengan tiempos en que sea económico su uso. Está al margen de los poderes públicos, que nunca se han destacado por su creatividad sino, por el contrario, por asfixiarla.

La innovación es el segundo peldaño: es el aprovechamiento económico de la nueva tecnología. Este aprovechamiento debe estar guiado por la empresa privada, pues el cálculo de su coste comparativo es crucial para decidir su aplicación. Cuando una empresa logra ventajas de la aplicación tecnológica, está innovando. Innovar no es inventar: es aplicar algo ya existente novedosa y provechosamente.

No hace falta decir (o quizás sí) que la claridad con que se ven las cosas allí tiene algo que ver con la libertad.

Aquí, por el contrario, todo es desesperadamente confuso. Los lacerantes poderes que padecemos se han lanzado a subvencionar aventuras costosísimas y han llenado, por ejemplo, la península de horrorosos molinos de energía eólica, que cuesta 100 veces más que la convencional. O han lanzado no menos horrorosas plantas desalinizadoras que consumen una cantidad de energía que se come no sé cuantas miles de veces la capacidad máxima de la red de alta tensión. O se lanzan a crear parques tecnológicos en un erial... Una cadena de disparates, que asfixia la verdadera innovación.

Espero que quede claro que el progreso económico se basa en la "humilde" innovación, no en la "brillante" creación, como saben muy bien los historiadores. Y que el caldo de cultivo es la libertad, idea muy alejada de nuestras preocupaciones cotidianas, obviamente.

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