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Saúl Pérez Lozano

Estamos peor que al comienzo

Chávez está ya en la etapa de esos procesos revolucionarios que se estrellan ante la realidad; exigirá fidelidad absoluta y tendrá su Judas, el traidor necesario, su Che Guevara. La bestia está herida.

Comenzamos parafraseando a Bertolt Brecht, porque desde el comienzo hemos estado mal una vez que el neoimperialista Hugo Chávez asumió el poder, pero estaremos peor porque nada hay tan peligroso como una bestia herida. Y a medida que sufre un revés tras otro allende la frontera, se increpa y radicaliza para evitar la pérdida del poder en diciembre próximo.

Asume, no sin intención, un comportamiento adolescente para hablar del amor, él todo lo hace por amor –comprarse un avión de lujo como los jeques, coleccionar cientos de trajes Armani y joyas, regalar dinero que no es suyo– y se despoja de la camisa o guayabera blindada roja, color de la sangre, cambiándola por el azul de la esperanza. ¿Un consejo de los babalaos?

Ocho años después de haberse apropiado de todos los poderes, acabando con las instituciones y el espíritu de la democracia, se protege bajo el acomodaticio manto de la constitución para mantener las apariencias de una democracia. Hoy los autoritarismos y las satrapías no son las trujillistas, somocistas o peronistas.

Desde 1999, los venezolanos vivimos nuestro vergonzoso drama, horrorizados por sus tergiversaciones y simplismos históricos con la pretensión de sepultarnos en ideologías fallidas, combinación de marxismo y fascismo.

Nuestra desgracia al menos ha servido a otros países latinoamericanos para que no se repita en su suelo nuestra amarga experiencia. Los pueblos de Perú, México y Ecuador, con el arma del voto, no de los fusiles, han derrotado a los candidatos del neoimperialista. Lula, que esperaba su reelección en la primera, tiene que ir a una segunda, y la jaquetona arrogancia con que aseguraba que ocuparía un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pagado con buenos petrodólares, resultó un fiasco porque no fue un revés de Venezuela, sino del mismísimo Chávez. Guatemala, un pequeño país sin riqueza petrolera, derrotó al neoimperialista Chávez en 21 de las 22 primeras elecciones, excepto en un empate, forzando al venezolano a renunciar.

La irracionalidad de una mayoría de votantes hizo mutis ante la retórica violenta chavista que amenazaba con freír en aceite a sus rivales políticos –enemigos los llama él– de Acción Democrática y COPEI, en un lenguaje desterrado de la contienda política venezolana para luego, una vez ganados los comicios, en su primer discurso, desdoblarse en una especie de Caperucita Roja, ofreciendo una democracia protagónica y participativa que resultó un blablablá, pero cargado de peligro. Meses después sacaría las garras e iniciaría el proceso de destruir nuestra democracia, haciendo aflorar los vocablos revolución y socialismo, Che Guevara y Marx.

En el ínterin justificó que un padre robara si un hijo pasaba hambre; su revolución armada, la educación ideologizante de nuestros hijos y adolescentes, sembró el odio y la lucha de clases, trajo la violencia y la intolerancia política y con ellas la muerte; Chávez creó incluso su propia milicia. Ahora viene como un Cupido con unas cursilísimas cartas de amor y suplica por el voto en diciembre, porque ahora sí cumplirá las fallidas promesas de estos ocho interminables años.

Lo que ha traído Chávez, desde su fracasado golpe de 1992, es sangre y luto, resentimiento, desprecio e insultos. Está ya en la etapa de esos procesos revolucionarios que se estrellan ante la realidad; exigirá fidelidad absoluta y tendrá su Judas, el traidor necesario, su Che Guevara. La bestia está herida.

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