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Ricardo Medina Macías

¿Se acabará la maldición del petróleo?

Los abundantes recursos fiscales que México ha obtenido en los últimos años gracias a los precios elevados del petróleo fueron una de las principales causas de la ausencia de reformas estructurales para incrementar la productividad.

¿Por qué las economías en desarrollo con menor dotación de recursos naturales han tenido un mejor desempeño que las economías en desarrollo con abundantes recursos naturales, como el petróleo? Al responder a esta pregunta encontramos una tremenda lección sobre la importancia de los incentivos.

Los abundantes recursos fiscales que México ha obtenido en los últimos años gracias a los precios elevados del petróleo fueron una de las principales causas de la ausencia de reformas estructurales para incrementar la productividad.

Sin tales reformas, el crecimiento económico sigue padeciendo una barrera infranqueable. En años afortunados, como el 2000, el crecimiento ha llegado a la soñada cota de siete por ciento anual, pero se trató –como bien pudimos comprobar apenas la economía estadounidense entró en una fase recesiva en 2001– de un registro efímero, producto de la acumulación de los beneficios derivados del fuerte crecimiento de la economía estadounidense, que se transmitieron a México gracias a la integración comercial con Estados Unidos.

Son varios los trabajos de investigación en el mundo que han demostrado que la abundancia de recursos naturales –especialmente, petróleo– en gran parte de los países en desarrollo, actúan más como una barrera al crecimiento sostenido que como un detonador del mismo.

La razón es clara y la expone el profesor Richard M. Auty, profesor de Geografía Económica en la Universidad de Lancaster en su libro Resource Abundance and Economic Development (Oxford University Press, 2004): los países con abundantes recursos naturales tienden a engendrar grandes Estados políticos con vastos intereses, cuyo objetivo es capturar las rentas que producen tales recursos, a expensas de la coherencia en la formulación y aplicación de políticas públicas.

Se trata de un asunto de incentivos perversos. La abundancia natural genera grandes grupos de poder y de presión –cazadores de rentas– que se convierten en el principal obstáculo a reformas que incrementen la productividad, justo porque tales reformas ponen en riesgo la apropiación de esas rentas exorbitantes.

Por contraste, los países en desarrollo con una pobre dotación de recursos naturales –petróleo, cobre, carbón, tierras fértiles, entre otros– tienen un fuerte incentivo a realizar reformas alineadas al interés de las mayorías pobres; existe una fuerte presión social para generar riqueza a través de mejoras sustanciales en la productividad.

Estas dos trayectorias contrapuestas –países en desarrollo con ricos recursos naturales que incurren en crisis de balanza de pagos y eluden hacer reformas estructurales contra países en desarrollo con una pobre dotación de recursos que hacen reformas y sostienen políticas fiscales y monetarias responsables y prudentes– las ejemplifica Auty con los casos de decenas de países desde 1960 hasta la fecha de publicación de su libro.

A la vista de estos contundentes malos resultados, el relativamente próximo agotamiento de la riqueza petrolera de México no es tan mala noticia. Lo cierto es que la bonanza gratuita nunca es buena consejera.

Ojalá los diputados reflexionaran sobre las grandes ventajas –paradójicas ventajas que parecen ir contra la intuición– de tener de veras restricciones presupuestales duras.

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