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Pablo Molina

El calvo nos dice adiós

El hecho de que los creativos de la agencia de publicidad se fueran a las islas británicas a buscar calvos es, por otra parte, una ofensa añadida a los alopécicos españoles, muy capaces de hacer dignamente el papelón del amigo Clive.

Las entrañables fechas navideñas, en las cuales Dios se hace niño y El Corte Inglés de oro, sufrieron en 1998, con la aparición del calvo de la lotería, un cambio trascendental. El famoso anuncio de la lotería de navidad, con un señor completamente calvo y de mirada inquietante haciendo performances absurdas en medio de la nieve, sustituyó en las preferencias televisivas de muchos españoles al típico dulce navideño que siempre llega a casa por esas fechas.

Fue una transición lógica porque, si recuerdan, en los primeros anuncios de aquellos famosos turrones, quien también volvía a casa por esas fechas era el niño que estaba haciendo la mili, con su uniforme de marinerito y su petate al hombro. Hoy en día, abolido el servicio militar obligatorio, el mismo niño volvería a casa a toque de mantecado peinado con rastas y una sudadera con la leyenda “otro mundo es posible”, después de pasar unos meses de cooperante en cualquier país comunista. Muy bien también, pero menos tradicional que el marinerito, que además venía con una cara de hambre de mil pares, harto del rancho cuartelero, mucho peor que el menú diario de cualquier ONG internacional.

El actor que encarnaba al famoso calvo, origen de no pocas pesadillas infantiles (yo mismo compraba un décimo sólo por miedo a que de lo contrario se me apareciera el calvorota éste a media noche), es Clive Arrindell, que por este trabajo en exclusiva se embolsaba anualmente 125.000 Euros, cantidad que hay meses que no ganamos ni usted ni yo. No está nada mal por estar un rato soplándose en la mano y poniendo caras para asustar a los chiquillos. El hecho de que los creativos de la agencia de publicidad se fueran a las islas británicas a buscar calvos es, por otra parte, una ofensa añadida a los alopécicos españoles, muy capaces de hacer dignamente el papelón del amigo Clive. Yo no sabía que este señor era extranjero, aunque algo debía haber sospechado, pues sabido es que a los actores españoles les gusta sobreactuar un poquito y son poco dados a la sobriedad escénica. El mismo anuncio con uno de nuestros famosos profesionales de la cultura, hubiera acabado desembocando en un alegato a favor de la redistribución de la riqueza entre los kolectivos (auto)marginados por el sistema capitalista y en contra de los ricos explotadores de las masas obreras. Algo muy bello en materia de justicia social, pero muy poco apropiado para unos días en los que la principal preocupación de la mayoría de españoles no es promover la revolución, sino evitar que el cuñado gorrón se coma las cigalas que has comprado tras empeñar el páncreas.

En fin, una pequeña pero emotiva página de nuestra historia pasa definitivamente. El calvo de la lotería ya no volverá a casa por Navidad. Maldito gobierno.

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