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Víctor Llano

No podrá fusilar a la muerte

Probablemente, Alina acierte y su padre espere hoy la misericordia que siempre negó. Ahora es él quien tiene miedo. El miedo insuperable de un cobarde que para disimular su cobardía siempre se mostró inmisericorde.

Que sepamos, aún no ha enterrado a Fidel Castro y ya todo está cambiando. Los grandes bancos suizos no recibirán a sus herederos. Tendrán que esconder en otros países los frutos del narcotráfico y de la prostitución. Encontrar otro destino para el contenido de las enormes valijas diplomáticas que desde la Habana llegan al aeropuerto de Madrid.

Les consta. Lo más probable es que no puedan disfrutar por mucho más tiempo de la necesidad ajena y del tráfico de propiedades robadas. Raúl no pasará de oscuro segundón. Al nuevo coma-andante no le consentirán lo que consintieron al antiguo. O paga o no hay pasta. Y no tiene con qué. La gestión de los prostíbulos y la brutal represión les resulta muy cara. Además, justo ahora que se muere el Monstruo de Birán, un tribunal de Estados Unidos le exige cuentas por sus crímenes. No será el último.

En cualquier caso, a Fidel Castro ya no le preocupa el abandono de la banca suiza ni la sentencia que le obliga a indemnizar lo que no se puede indemnizar. Ahora sufre de otras urgencias tan terribles como inaplazables. No puede fusilar a la muerte. Sabe de su acabamiento y que por primera vez es él quien está al otro lado de un pelotón de fusilamiento. Según su hija, se ha refugiado en la fe que, un día, con escaso éxito, le intentaron transmitir los curas del colegio Belén. No nos sorprendería. Probablemente, Alina acierte y su padre espere hoy la misericordia que siempre negó. Ahora es él quien tiene miedo. El miedo insuperable de un cobarde que para disimular su cobardía siempre se mostró inmisericorde.

Acaso Mayor Zaragoza le pueda consolar en estos momentos de tribulación. Viajará a La Habana para celebrar lo que, más que un cumpleaños, parecerá un ensayo del fastuoso velorio que no tardará en llenar la Plaza de la Robolución y que ya no podrán financiar con blandos créditos suizos. Los gastos correrán a cargo de Hugo Chávez. De los estadounidenses dependerá que sea lo último que este loco peligroso se gaste en la Isla de los cien mil presos.

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