Menú
Luis Hernández Arroyo

Y sin embargo...

La inexistencia de Dios y el contraataque de los creyentes es uno de los debates más apasionantes y más importantes a los que se puede asistir, pues es de una influencia decisiva en el decurso de la historia hasta hoy.

La lucha entre la tradición occidental cristiana y lo que Unamuno, despectivamente, llamaba cientifismo es de larga duración: al menos desde que la ilustración francesa decidió hacer a la razón pilar del conocimiento y medir todo por el rasero de la ciencia emergente. El cientifismo no es más que el abuso del método legítimo de las ciencias naturales aplicado a todo tipo de cuestiones. El afán de derribar el poder de la Iglesia demostrando "contundentemente" la inexistencia de Dios y el contraataque –a la defensiva desde entonces– de los creyentes es uno de los debates más apasionantes y más importantes a los que se puede asistir, pues es de una influencia decisiva en el decurso de la historia hasta hoy, y uno de los factores determinantes de eso que se viene en llamar decadencia europea. Es un duelo constantemente renovado, de los que podríamos recordar nombres consagrados; pero lo importante es su existencia misma, que hace de él un signo de la identidad de Occidente, la cultura por excelencia del debate civilizado (no hay civilidad sin libertad), aunque sus excesos nos estén llevando al abismo de la decadencia.

Ahora se nos ofrece una nueva fogata ateística, en forma de biólogos que demuestran, parece ser, que el ansia de Dios es una cuestión de genoma humano y, por lo tanto, puramente material.

Lo primero que hay que decir es que el materialismo no demuestra nada: Los judíos bíblicos no creían en espíritus, eran cuasi totalmente materialistas y, sin embargo, creían en Dios. Sus herederos salen en el Evangelio como los saduceos, los que no creen en la resurrección. Se puede ser materialista y creyente, como se puede ser espiritualista –como Freud– y ateo. Un reforzamiento del materialismo determinista nos llevaría, por la ley del Genoma ese –si no se extirpara– a un neo judaísmo o algo similar. En otras palabras, están tirando piedras contra su propio tejado.

Segundo, que si ese genoma está en el hombre y no en los animales, como el sobrevalorado chimpancé –absurdamente elevado por encima de nosotros éticamente– no habría más remedio que reconocer una diferencia en dignidad que estábamos empeñados en reducir.

Cabe especular sobre a qué nos llevaría el triunfo del materialismo en la opinión pública, que sería un burdo materialismo, naturalmente. Hay ejemplos históricos suficientes en el siglo XX como para ser necesario responder.

En resolución: si llegan a descubrir que hay un genoma portador del ansia divina, esa ansia que ha dignificado al hombre por encima de sus deficiencias, sería una gran noticia, pues confirmaría que la cultura occidental se basa –o se basaba– en sólidas creencias. Resultaría que Dios puso un genoma en el hombre imposible de eludir. La incógnita es de qué manera se iba a difundir ese descubrimiento y qué acciones iba a justificar...

Pero igual se traducía en un nuevo renacimiento del sentido religioso del hombre, un renuevo de los valores fundamentales que nos han hecho llegar hasta aquí mirando más allá: es decir, mirando valientemente al futuro. Buena falta nos hace.

En Sociedad

    0
    comentarios