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Luis Hernández Arroyo

La solución liberal y sus enemigos

Un consejo: rechacen cualquier embrollo matemático que no empiece con, y no llegue a, proposiciones inteligibles. Si de las conclusiones se derivan corolarios absurdos, no hace falta que se rompan la cabeza estudiando el método empleado: es falso.

Puede sospecharse con cierto fundamento que la econometría es, en realidad, un instrumento para poner palos en las ruedas, muy melladas ya, de la economía liberal. Dentro de la comunidad académica es probablemente su peor enemigo.

El paradigma liberal propugna que la libertad económica es la mejor solución de una economía. Cuando digo la mejor quiero decir que es la que retribuye, menos imperfectamente que las demás, en relación a la eficacia, y que es la más consistente con el futuro, pues es la que más puertas abre a la creatividad. Esto me parece suficientemente probado en lo acaecido en las últimas décadas; como me lo parece también que la libertad confiere a la economía mayor estabilidad. La liberalización de los 80 ha generado mayor capacidad para aguantar las perturbaciones, como se ve en la suavidad con que se adaptó EEUU a los numerosos shocks sufridos.

La economía liberal se sustenta en argumentaciones cualitativas que sólo pueden contrastarse con la historia. En efecto, ¿como demostrar cuantitativamente la tesis central de Hayek, que la diseminación de la información realizada por el mercado es incuantificable e imposible, por tanto, de centralizarse en un órgano, por supercualificado que éste sea? Esta falta de adecuación de las tesis liberales a la cuantificación se considera una debilidad por los exigentes del rigor; una "dependencia ideológica" que sólo se subsana con el rigor matemático y la cuantificación, cuando la verdadera debilidad es no admitir que la economía es el resultado de la acción humana y con demasiados aspectos no cuantificables. Querer dejar a estos fuera en aras del rigor rebaja la efectividad real de la seudo investigación.

Pero admitirlo sería renunciar a las rentas que ofrece el mercado académico, que es, por supuesto, artificial: en Europa se alimenta del dinero público. Y el dinero público, sea de derechas o de izquierdas, lo que busca es conservar el poder. Resultado: son escasos los trabajos econométricos que se dignen demostrar la eficacia de la libertad. Hace años me decía un economista –no de izquierdas– que los liberales no tenían más que ideología que ofrecer. Pero el origen ideológico de una tesis no es una refutación válida. "La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero"; hay muchas veces más ideología en una página de pretenciosa econometría que en una argumentación bien trabada.

Un consejo: rechacen cualquier embrollo matemático que no empiece con, y no llegue a, proposiciones inteligibles. Si de las conclusiones se derivan corolarios absurdos, no hace falta que se rompan la cabeza estudiando el método empleado: es falso. Y si por el contrario, las conclusiones son plausibles, apuesten que todo el aparato utilizado es redundante.

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