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Daniel Rodríguez Herrera

Google contra Microsoft

Microsoft se está convirtiendo progresivamente en una de esas viejas compañías tayloristas que Charlot parodiara en Tiempos modernos, en las que el individuo se convierte en un engranaje más de un mecanismo.

Era mayo de 2005. Eric Schmidt, el consejero delegado de Google, acudió a dar una conferencia en la Universidad de Washington, el estado norteamericano en el que tiene su cuartel general Microsoft, en un edificio llamado Paul Allen (el confundador de Microsoft), siendo presentado por el ocupante de la cátedra Bill & Melinda Gates. Hacía relativamente poco, el gigante de las búsquedas había abierto una sede en Kirkland, a menos de diez kilómetros de los cuarteles generales de Microsoft en Redmond. Ofreció un mensaje a los allí congregados: el mejor sitio para trabajar era Google y no ese dinosaurio reumático llamado Microsoft, en el que muchos de los estudiantes presentes seguramente habrían hecho prácticas o pensaban trabajar en el futuro.

El tercer hombre de Google, ese al que nadie recuerda más que como al señor mayor que pusieron para vigilar a Sergey Brin y Larry Page, explicitó así en qué estaban compitiendo realmente con Microsoft. En aquel entonces, la empresa de Gates no era un rival serio en Internet y la de Palo Alto estaba muy lejos de poder hacer daño a Microsoft en sus puntos fuertes y lucrativos: Windows y Office. Pero sí existía una lucha directa entre ambos por contratar a los mejores cerebros que pudieran encontrar. Y recientemente, un caso concreto que muestra en qué se emplearon los cerebros que trabajaron en Windows Vista ha recorrido la blogosfera, para enorme perjuicio del gigante de Redmond.

Joel Spolsky, uno de los más conocidos bloggers sobre programación y desarrollo y ex trabajador de Microsoft, protestó por la absurda manera de implementar el interfaz para apagar el equipo en Windows Vista. En el menú de inicio hay dos botones para esa tarea, más un menú con otras siete opciones; nueve formas en total de salir de Windows. En un brillante artículo fue argumentando en contra de la necesidad de incluir estas opciones una a una hasta reducir a un único botón de apagado todo ese interfaz. Discutible, aunque sin duda más cerca de lo aconsejable que la implementación final de Vista.

Al leerlo, otro desarrollador, Moishe Lettvin, se sintió en la necesidad de contar su historia. De los siete años en los que trabajó para Microsoft, el último fue el más frustrante. El interfaz para apagar el ordenador no debería haber llevado más de una semana de trabajo para el equipo de ocho personas en el que trabajaba, pero cuando se marchó a lo largo de un año seguía sin haber ninguna decisión firme sobre la solución final que se adoptaría. Lettvin calcula que entre todas las capas de burocracia, unas 43 personas tuvieron algo que decir y decidir sobre esa característica, la mayor parte de ellos directivos. Reuniones y más reuniones, burocracia, código que no se integra en Vista hasta un mes después de ser desarrollado... Aunque posiblemente sea un caso especialmente patológico y no del todo representativo, más que nada porque si todo funcionara así siempre Windows Vista jamás habría visto la luz, Spolsky concluyó que Microsoft se ha convertido en el monstruo que fue IBM cuando los de Redmond los desbancaron como la principal compañía informática del mundo.

Así, un ingeniero de software prometedor, a la hora de evaluar dónde quiere trabajar, debe escoger entre pasar el tiempo parloteando en reuniones, escribiendo informes que nadie lee y pegándose con capas y más capas de burocracia y trabajar en una empresa con grupos de desarrollo pequeños y una libertad para emprender representada por ese 20% de la jornada laboral que pueden dedicar a proyectos propios. En un negocio donde es especialmente necesario contar con unos empleados que utilicen toda su inteligencia al servicio de la empresa, Microsoft parece estar dedicándolos a otros menesteres. Se está convirtiendo progresivamente en una de esas viejas compañías tayloristas que Charlot parodiara en Tiempos modernos, en las que el individuo se convierte en un engranaje más de un mecanismo, en lugar de permitirle ser la persona creativa que puede aportar soluciones. No es de extrañar, por tanto, que la reacción a la "fuga de cerebros" de Microsoft a Google fuera meter por medio a los tribunales. Es una reacción típica de quienes creen que tienen derecho a que, como escribiera Robert Heinlein, "el reloj de la historia sea detenido, o retrasado, en beneficio particular suyo".

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