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EDITORIAL

Más sobre el 11-M

Las resonancias sicilianas del sumario del 11-M son cada vez más evidentes, aunque ni el Gobierno ni sus terminales mediáticos quieran verlo e insistan en marear la perdiz como si aquí no estuviese pasando nada.

Las revelaciones sobre la trama del 11-M que ha ido ofreciendo el diario El Mundo a sus lectores a lo largo de la última semana ponen de nuevo en entredicho la versión oficial de los hechos, la misma que, a pesar de todo, sigue adelante en el juzgado de Del Olmo. Primero supimos que en el asunto de los explosivos, Goma 2-Eco exactamente, figuraban algunos miembros de la Policía Nacional que se encontraban en la Comisaría del Puente de Vallecas la noche del 11 de marzo. Esto no tardó en traer cola, y no precisamente por esta desafortunada circunstancia sino porque de las cuatro detenciones que se practicaron, dos correspondían a los agentes que supuestamente habían filtrado la información al diario.

El enredo tras el desmantelamiento de esta trama de tráfico ilegal ha sido mayúsculo. Se han sucedido los arrestos y, aunque parezca mentira, los confidentes, los que han denunciado el presunto delito, han recibido el mismo trato que los denunciados. A algo inaudito como poner a la misma altura a denunciantes y denunciados le ha sucedido este martes el penúltimo capítulo de una historia que promete continuar. Uno de los confidentes se habría intentado suicidar mediante la ingesta de fármacos tras prestar declaración en la Audiencia Nacional. Las resonancias sicilianas del sumario del 11-M son cada vez más evidentes, aunque ni el Gobierno ni sus terminales mediáticos quieran verlo e insistan en marear la perdiz como si aquí no estuviese pasando nada.

Como si de un árbol se tratase, la investigación del 11-M está empezando a ramificarse en sumarios paralelos que cursan delitos relacionados directamente con la masacre de Madrid. El último ha sido el de la denuncia efectuada por Abdelkader Farssaoui, conocido por la Policía como Cartagena. Que Farssaoui sea de origen magrebí y confidente de la Policía no hace sino ponerle en el mismo lugar que otros confidentes famosos como Jamal Ahmidan, alias El Chino, sobre cuyo cadáver ha caído gran parte de la culpa de los atentados.

Las acusaciones de Farssaoui son de extrema gravedad. El confidente ha denunciado que ciertos agentes de la Policía le pidieron que no proporcionase información alguna a Del Olmo, que ocultase las relaciones entre etarras e islamistas, que acusase de islamismo a personas que no lo eran y, por último, que estos mismos agentes le indicaron que acudiese al piso de Leganés la mañana del 3 de abril de 2004, es decir, horas antes de que ese piso fuese oficialmente localizado por la Policía.

Con las investigaciones de Luís del Pino y El Mundo en la mano sospechábamos todo lo que Farssaoui denuncia. Sabíamos que se ha intentado tapar todo lo relacionado con la ETA en la masacre y que es muy probable que exista una consigna política para no investigar a la ETA en este tema. Sabíamos que había presuntos islamistas –como El Chino– que, en realidad, no lo eran en absoluto. Sabíamos también que se ha venido dando información falsa o falseada al juez del Olmo. Y sabíamos que el piso de Leganés esconde aun muchos secretos que están empezando a desvelarse tímidamente.

La carta que ha dejado Farssaoui sobre la mesa es de una trascendencia tal que exige la reacción inmediata por parte de la Audiencia Nacional. Si es cierto que miembros de la Policía Nacional han tratado de entorpecer la investigación deben ser procesados sin demora. Si, por el contrario, las acusaciones de Farssaoui son simples fabulaciones la Justicia no debe permanecer impasible.

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