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EDITORIAL

Comisión Baker: mucho ruido y pocas nueces

La sugerencia de vender a un aliado no es sólo vil sino contraproducente; todo el mundo árabe comprendería que para derrotar a Israel no hay nada mejor que matar soldados norteamericanos, y se entregarían a la tarea con aún más entusiasmo si cabe.

Tras las elecciones de noviembre, se habían puesto muchas esperanzas en el dictamen del bipartidista Grupo de Estudio sobre Irak liderado por James Baker como punto de partida para una política exterior compartida por republicanos y demócratas sobre el asunto más importante en la agenda norteamericana. Algunas filtraciones sobre sus conclusiones habían desinflado notablemente esas expectativas. Desgraciadamente, el informe final confirma que todo escepticismo era poco. Baker y los demás miembros de la comisión han optado por ignorar cualquier nueva alternativa militar al conflicto y centrarse en hipotéticas soluciones políticas y diplomáticas que no aportan gran cosa.

La única novedad real, pues la recomendación de una retirada gradual de las tropas norteamericanas no hace sino seguir fielmente la política de Bush, es el consejo de entablar conversaciones con Irán y Siria para que dejen de apoyar el terrorismo en Irak. Y como evidentemente las dos tiranías no están apoyando la violencia en su país vecino por error, el informe recomienda ofrecer como incentivo la solución al conflicto árabe-israelí. En el mejor de los casos, una ingenuidad, pues la voluntad de cerrar esa herida jamás ha faltado del lado occidental, sino del árabe. En el peor, una vil sugerencia de vender a un aliado para premiar a los enemigos no sólo de Estados Unidos sino de la civilización occidental, que tiene en Israel a su único representante en la zona. Y no sólo vil sino contraproducente; todo el mundo árabe comprendería que para derrotar a Israel no hay nada mejor que matar soldados norteamericanos, y se entregarían a la tarea con aún más entusiasmo si cabe.

Tras la entrega y publicación de este informe tan poco original, pues no se aparta en nada de lo que ya se hablaba en Washington, queda por ver qué hará Bush con él. En las últimas semanas ya ha expresado su disconformidad tanto a salir prematuramente de Irak como a entablar conversaciones con sus enemigos en la zona. Aunque no imposible, es dudoso que el mismo presidente que marcó una línea tan clara entre Estados Unidos y los terroristas vaya a cambiar de opinión. Sin embargo, siempre queda la posibilidad de que un Congreso contrario a sus políticas decida cortarle las alas a través de la aprobación de los presupuestos. Sería enormemente irresponsable por parte del Partido Demócrata tomar una opción que pone en grave riesgo a los soldados destacados en Irak, pero con la actual dirección del mismo, todo dislate en política exterior parece posible si hace quedar mal a Bush.

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