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Carlos Sabino

En Venezuela surgen nuevos interrogantes

¿Seguirán las amenazas contra la prensa, la educación privada y las empresas particulares o, después de la reelección, se pasará a un ambiente más distendido y más estable, de menor pugnacidad ante una oposición que ahora se muestra más moderada?

Reina la calma ahora en Venezuela, después de la tensión que precedió a las elecciones presidenciales. Chávez, según los datos oficiales, obtuvo casi un 63% de los votos, 26% más que su contendiente de la oposición unida, Manuel Rosales, quien la misma noche del domingo aceptó gallardamente su derrota. El país parece en paz, como si se encaminara sin tropiezos hacia ese “socialismo del siglo XXI” que el presidente, con tanta pasión, define como proyecto nacional. Pero la situación, sin embargo, dista de ser tan plácida como se pretende presentar ante el mundo.

En primer lugar porque la reelección de Chávez –quien ya lleva ocho años en la presidencia y ahora tiene seis más para continuar su gobierno– ha dejado sembradas algunas dudas sobre la limpieza del proceso, dudas que se convierten en rumores que siguen recorriendo a Caracas. Se habla de que Rosales recibió inmensas presiones para tener que aceptar rápidamente el resultado oficial de las elecciones o que hubo acuerdos secretos entre oposición y gobierno, se insiste en que el porcentaje obtenido por el candidato oficial está abultado por manipulaciones electrónicas y por el inmenso ventajismo que éste contó durante toda la campaña y algunos recuerdan que las encuestas a boca de urna daban un resultado mucho más parejo, incluso la victoria de la oposición en zonas consideradas como baluartes del chavismo. El carácter autoritario del régimen, sin duda, deja lugar para que todos estos rumores, reales o no, resulten verosímiles para una ciudadanía acostumbrada a la forma implacable en que el gobierno suele tratar a sus enemigos.

El problema de fondo, sin embargo, reside en determinar qué características concretas irá a asumir ese socialismo chavista que, hasta ahora, ha sido una mezcla del viejo populismo de siempre –alimentado, claro está, por la inmensa masa de recursos que recibe el estado gracias a los altos precios petroleros– con una gestión de tipo excluyente, que parece empeñada en dividir el país y arrinconar a quienes disienten del gobierno. ¿Utilizará Chávez el inmenso poder que tiene, legitimado ahora nuevamente por su reelección, para extender las expropiaciones y modelar a Venezuela bajo la sombra del modelo cubano? ¿Seguirán las amenazas contra la prensa, la educación privada y las empresas particulares o, después de la reelección, se pasará a un ambiente más distendido y más estable, de menor pugnacidad ante una oposición que ahora se muestra más moderada?

A favor de la primera alternativa, a la que llamaremos la “profundización” del proyecto socialista, pesa el pasado de un régimen que sólo por breves momentos, y de un modo bastante dudoso, ha exhibido reales deseos de conciliación. El chavismo, que tiene un núcleo importante de extremistas en su seno, lleva ocho años pugnando por llevar a Venezuela a una economía completamente estatizada y ha manifestado hasta ahora un obvio desprecio por las libertades públicas y ciudadanas. Pero, por otra parte, debe reconocerse que no es mucho lo que efectivamente han logrado en tal sentido, pues la resistencia de la ciudadanía ha impedido que se llegase a los extremos de los socialismos que existieron en otras latitudes. Un amplio sector de funcionarios y líderes enriquecidos durante el proceso ha actuado también, implícitamente, como un freno ante las tendencias más radicales.

Lo más probable es que, mientras haya dinero a manos llenas, el curso de la “revolución bolivariana” no se aparte demasiado de lo que ha ocurrido hasta ahora: con recursos en abundancia el régimen parece preferir el curso populista que le garantiza un respaldo considerable a sus políticas y la tolerancia internacional, mientras permite la existencia de un sector privado independiente, aunque sin duda débil y muy controlado. Lo que ocurrirá cuando los precios del petróleo disminuyan (o simplemente se estanquen) será, sin embargo, por completo diferente: con una oposición más activa, sin el respaldo de los millones de beneficiarios de sus “misiones” sociales, se agudizarán las contradicciones y, es probable, Venezuela otra vez se enfrentará a la disyuntiva fundamental entre libertad y totalitarismo.

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