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Cristina Losada

Y Rajoy tenía abuelo

Antaño, nada más salir de párvulos en la izquierda, uno sabía que el nacionalismo era un cometarros de la burguesía, y nadie dudaba de que los regionalismos y hierbas afines en España eran de la cuerda conservadora, tradicionalista y muy de derechas.

Los nacionalistas gallegos, Manuel Rivas, el diario El País y otros elementos de la progrecracia andan muy excitados con el descubrimiento del abuelo de Rajoy. Tate, dirá el listillo, eso es que le han encontrado a don Mariano un abuelo facha, tal vez uno de aquellos magistrados que dictaban, bajo Franco, sentencias de muerte. Pues no. Ese tipo de antepasado que adorna los árboles genealógicos de algunos altos cargos del socialismo gobernante, resulta que no figura en el de Rajoy. El presidente del PP, bien al contrario, tenía un abuelo galleguista, que promovió con otros de su cuerda el Estatuto de Autonomía de Galicia del 36 y que fue apartado de la docencia universitaria por la dictadura hasta principios de los cincuenta. Entonces, ¿cuál es el pecado del nieto? Pues ocultar, supuestamente, la biografía de su abuelo. O sea, no imitar a ZP.

El retraso en la presentación de una obra sobre la vida de Enrique Rajoy Leloup publicada por la Diputación de Pontevedra, regida por el PP, preocupaba hondamente en los ambientes antedichos. "La Diputación congela la distribución de una biografía del abuelo de Rajoy", tituló la revista del BNG. "El sinuoso camino de la biografía de Rajoy Leloup", repicó El País. El lingüista de las mariposas se dolió de que la obra pudiera estar prisionera en los húmedos calabozos de la institución y otras plumas no dudaron en clamar "secuestro". Hay que ver cuántos fans del abuelo de Rajoy y qué insospechados. Eso, si no fuera sospechoso el interés, que lo es. Pues lo que querían transmitir es que al nieto le resultaba inconveniente difundir el historial de su abuelo. Dicho de otro modo, creen que pueden contraponer ideológicamente al abuelo y al nieto. Lo cual viene a ser un efecto de esa confusión intelectual reinante, que atribuye al nacionalismo la virtud progresista, identifica a la derecha con el centralismo y a la izquierda con la descentralización, y equipara la descentralización y el soberanismo.

Antaño, nada más salir de párvulos en la izquierda, uno sabía que el nacionalismo era un cometarros de la burguesía, y nadie dudaba de que los regionalismos y hierbas afines en España eran de la cuerda conservadora, tradicionalista y muy de derechas. Hogaño, la veta ilustrada de la izquierda ha quedado muy menguada, aquellos análisis han periclitado y basta con manejar una lista de tótems y tabúes, o sea, de buenos y malos, dictada a medias por la necesidad y el oportunismo. Así, la derecha es mala y el nacionalismo bueno, y lo es aunque sea de derechas. Más aún: la derecha puede redimirse de su maldad siendo nacionalista, de manera que hasta a los más carcas de entre los carcas, e incluso a los racistas, se les siente a la mesa "progre" como si fueran de la familia. Provisto de este sencillo esquema puede uno dar un ¡viva!, como hizo Rivas, por el abuelo conservador, monárquico y católico de Rajoy, sin percibir ninguna mancha en su reputación progresista.

Bien. El sábado se presenta, al fin, la obra y nada sería más apropiado que quienes han mostrado tanto interés por ella asistieran al acto que se celebrará en Pontevedra. Que la Diputación no se olvide de invitar a esos admiradores tardíos pero incondicionales del abuelo de Rajoy. A lo mejor, aprenden algo. Aunque no está claro qué pesa más en nuestros progres de salón, si la ignorancia o la malevolencia con que la administran.

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