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Serafín Fanjul

Estrellados

Un balance lamentable que, de pronto, se patentiza en un hecho concreto: la gigantesca estafa de Air Madrid. Vuelven los socialistas y vuelven los pufos.

La lenta labor de José María Aznar y de sus gobiernos a lo largo de ocho años fue recuperando para España en el exterior un lugar de país fiable y relativamente serio, eso viniendo de catorce años de felipismo añadidos a la imagen de descrédito que arrastrábamos desde el siglo XVIII. Si España interesaba algo era por su halo folclórico –en realidad, más falso que los duros de madera– y tanto para atacarlo como para ensalzarlo fuera –y hasta dentro– no se rebasaban las ideas preconcebidas acerca de la chapuza, el trabajo mal hecho y las truhanerías para sustituir obligaciones y compromisos. Nadie daba nada por un producto industrial, tecnológico o intelectual español: ya es significativo que, tal vez, nuestro escritor más conocido del siglo XX fuera García Lorca y en su faceta más charanguera, coronada por su trágico fin, una especie de reconfirmación de sus versos y teatro de gitanos que se matan, de guardias civiles bigotones y flores más o menos equívocas.

En el exterior percibíamos un toniquete dubitativo al cambiar pesetas o escuchábamos, sin ambages ni disimulos, comentarios despectivos sobre material ferroviario o automovilístico fabricado en España en países que no estaban para dar lecciones a nadie. Se habrían reído, incrédulos y sarcásticos, de explicarles que por aquellas fechas vendíamos trenes a Estados Unidos o Alemania, la verdad. Pero una verdad cargada con los estereotipos del pasado, que lo mismo echaban en la coctelera la Inquisición que la mala calidad de los vehículos SEAT, todo revuelto.

Aznar saneó la economía arruinada por González, nos metió en el euro, equilibró las cuentas y lanzó un período de crecimiento que atrajo capitales e inmigrantes. España empezaba a ser un país digno de tomar en consideración y no sólo por su pintoresquismo. Al socialdemócrata Schroeder molestaba mucho que los números y sus resultados marchasen mejor en nuestra tierra que en la suya, entre otras causas por su nefasta política económica. No éramos la cima del mundo en ningún sentido, pero tampoco su trasero. El despegue también incomodaba a nuestros progres si, además de beneficio para su bolsillo (nunca reconocido), eso implicaba relevancia internacional, ocupar primeros puestos junto a las principales naciones, asumir compromisos, superar los complejos de inferioridad y autohumillación que tanto les gustan.

Y llegó Rodríguez, el impar. Y con él la cáfila de incompetentes y fugitivos de los establecimientos limpiacoches, fugitivos del arado les habrían llamado en otros tiempos. Proliferan los ganapanes sin más oficio que la política, las ministras de cuota, los bachilleres de pega y los zascandiles que presumen de madre analfabeta, como si eso fuese un mérito. Una tropa armónica con la calidad de su señor, al que jamás harán la menor sombra de sombra. Así pues, a la fuga de Iraq siguieron el descuartizamiento y expolio del Archivo de Salamanca, los matrimonios homosexuales, los redoblados intentos por erradicar el castellano de Cataluña... hasta descender a la persecución del tabaco, del vino, las hamburguesas, las casas vacías (cada cual por su motivo), los toros. Y en el exterior, la estrambótica Alianza de Civilizaciones, la desaparición en el horizonte de la Unión Europea, la incapacidad para hacer entrar en razón a superpotencias como Senegal o Marruecos, la supeditación a Estados Unidos proclamando lo contrario y sin las ventajas de actuar como un aliado a las claras.

Un balance lamentable que, de pronto, se patentiza en un hecho concreto: la gigantesca estafa de Air Madrid. Vuelven los socialistas y vuelven los pufos. Y por si no bastara, el siempre providencial juez Del Olmo –¿por qué él?– mete la cuchara en el guiso, con lo cual los robados ya pueden ir olvidándose de su dinero: sufrirán menos. Fallos en los aviones, inseguridad en los vuelos, retrasos (lo menos malo de todo), 130.000 personas tiradas sin poder realizar los viajes que pagaron. La golfería de los empresarios, que ordeñaron la vaca hasta dejarla exhausta, bien maridada con la negligencia y la vista gorda que les regalaban en el ministerio de "mi Maleni", Lady Aviaco. Fomento, responsable nada indirecto del atraco. Pero suma y sigue: entre los estafados se cuenta alguien muy próximo a mí a quien han timado 900 € por un vuelo a México que nunca cumplirá; hubo de sacarse otro pasaje en Iberia y al ir a embarcar, se encontró víctima de la sobreventa ("Es legal", sentenció la groserísima empleada del mostrador) y si bien logró viajar tras molestias y listas de espera, nadie nos pudo librar de la sensación de caos, de tomadura de pelo, de inseguridad y falta de confianza en quienes deben velar por nuestros derechos tanto como se ocupan de exigirnos obligaciones, por ejemplo, las exacciones de impuestos.

En Francia, país poblado por gentes aun más listas que las nuestras, ocurrieron catástrofes como las transfusiones de Sida a hemofílicos o de barcos cuyo hundimiento nada tuvo que envidiar al del Prestige (por cierto, si desea vivamente perder sus maletas, de fijo, vuele con Air France con escala en París), en Estados Unidos quebraron compañías aéreas con daños variopintos, en Inglaterra hubo horribles accidentes ferroviarios fruto de la obsolescencia de los sistemas de señales y de la vetustez del material rodante, en Alemania se hundió el techo de una pista de patinaje por exceso de nieve acumulada, en los Alpes austríacos un avión de combate americano derribó un funicular cargado de turistas, en Rusia se declaran incendios evitables con cientos de víctimas...Y si hablamos del Tercer Mundo, la enumeración de calamidades llega a perder significado por lo repetitiva. Todos se consideran accidentes, incidencias, fallos, abusos más o menos perseguibles y perseguidos.

Con nosotros es distinto: de inmediato nos rebozan ineficiencias y culpas reales o irreales...del pasado. En modo alguno estoy aludiendo a la Leyenda Negra ni pidiendo un papel de víctimas de una conspiración cósmica. Nada de eso: la estafa de Air Madrid es verdadera y, cuando hace unos días, me hallaba ante el mostrador de Iberia, pasándonos por los morros la sobreventa de plazas, recordaba el remoquete despreciativo de un librero mexicano sobre nuestra "compañía de bandera" (Alpargata-Lines, dijo el chilango), que me pareció una impertinencia muy injusta en su momento, aunque ya por entonces uno estaba harto de padecer a Iberia. En primer término, han perdido los damnificados directos, pero también a más largo plazo y en volúmenes infinitamente mayores ha perdido y va a perder España: en prestigio, en crédito internacional, en imagen de país fiable (o no).

Al parecer no basta con la inepcia de tribunales, leyes y policías para proteger a los nacionales o a los infelices turistas japoneses en el Paseo del Prado o en Sevilla: tironeros, navajeros y trileros reciben el refuerzo inestimable de atracadores con corbata. Y Lady Aviaco de alcahueta del pastel. Nada de Leyenda Negra: el Puerto de Arrebatacapas existe y si a los descendientes de Monipodio no importa nada el humilde peculio de los timados (inmigrantes o españoles), mucho menos ha de inquietarles el hundimiento alarmante de nuestra imagen exterior. Al carajo lo del "Milagro español" y la "Transición modélica", en la oficina de Air Madrid en Quito una mano –parece que una sola, pero expresiva de muchas más– escribió pintadas merecidas e inmerecidas, mezclando churras y merinas, de repente resurgido de la hoguera el espectro del cacique Rumiñahui en íntimo abrazo con Jesús Caldera que –cómo no- ya está culpando a la Comunidad de Madrid de parte del pufo: "Ladrones, Pillos, 514 años de bastardos, gilipollas. ¿Primer Mundo? Robos y explotación. Estafadores".

Lady Aviaco, experta en grosería y desplantes como es ("los españoles no podemos pagar las vacaciones de otros"), elude la evidencia: si ella y su ministerio no hubiesen permitido el deterioro de la situación hasta tales extremos, un indigenista resentido no nos habría llamado a todos los españoles, incluidas las víctimas como él, "hijos de puta", que es lo que significa en realidad el anglicismo "bastardos", con alusión a los años transcurridos desde 1492. Otro asunto es que el amable ecuatoriano que nos odia –pero, al parecer, quiere venirse para acá– esté echando muy mal las cuentas cronológicas: el dominio hispano sobre el imperio peruano se alargó de 1531 a 1824, así que las responsabilidades de antes y después de esas fechas poco tienen que ver con los celtíberos también estafados, o con Esperanza Aguirre, como pretende Caldera, el heroico defensor del Archivo de Salamanca.

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