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José Antonio Martínez-Abarca

Vuelven los profetas

Pero no nos recreemos en la nostalgia. La cosa pinta bien. Los testículos vuelven a golpear las rodillas, los pájaros regresan para disparar a las escopetas

Durante la Transición se puso de moda ser un chorizo, identificado como una víctima del Régimen Anterior, aunque sus carteras robadas fuesen todas del posterior. La izquierda progre, que sin haberse especializado en la sevicia como hoy sin embargo apuntaba maneras, se mofaba de los burgueses a los que se les ocurría quejarse al ser asaltados, robados o asesinados (de entonces vienen aquellas viñetas, prácticamente un género en sí mismo, de los atracados nocturnos de Mingote), aunque la protesta de éstos últimos fuese casi tan civilizada por inaudible como la que el Imperio mediático desea en boca de Rajoy.

Era la época en que el actor José Sacristán (que fue morirse Franco y cambiarle aquella voz de gallo capado que usaba en sus españoladas por una tipo Gabilondo, escuchándose hablar desde el fondo de la tinaja) se hinchaba a intentar hacernos comprender fuera y dentro de la gran pantalla que era la yugular de la gente rancia la que iba derechita, provocando como siempre, a encontrarse con la faca cabritera de algún concienciado o comprometido que pasaba por allí, y no al contrario.

Para ir al cole, yo tenía que atravesar un polígono deprimido, y en él personajes conocidos como el Drácula o el Biri-biri tenían rango de profetas sociales. Unos adelantados a su tiempo pues, pese a que ya entonces estaban muy bien considerados, su época claramente es la actual Cataluña de ese gobierno de peligros públicos con nombre de postre helado. Los okupas barceloneses no son más que aquellos profetas sociales de entonces pero pasados por la tienda de descamisados ricos Desigual, especializada en prendas, pero todo tipo de prendas, claro, y qué prendas.

Al sorprenderles el dueño de un inmueble okupado, esos viejos luchadores que llevan más tiempo cobrando la paga semanal de papá que en el frente anticapitalista lo han denunciado por "violar su intimidad". La película transicional de denuncia/destape que nos hemos perdido con esta fábula moralizante, que si no fuera porque el cine español no da el habla ni para manipular ya habría enviado en busca del propio Sacristán para que la protagonizase en el papel de joven propietario de fincas urbanas egoísta y traumatizado por una educación en un internado del Opus, con la aniñada Tina Sainz (o la tía Felisa, tanto da) en el papel de chacha revolucionaria y un perro pastor alemán como sana opción sexual de la reprimida "contraria" del personaje de don José. Ay, aquellos tiempos en que se trabajaba fino.

Pero no nos recreemos en la nostalgia. La cosa pinta bien. Los testículos vuelven a golpear las rodillas, los pájaros regresan para disparar a las escopetas, el Rodríguez Zapatero más totalitario cierra todos los respiraderos de la democracia más somera porque Rajoy le riñó un poquito, nada, desde la tribuna del Congreso, los okupas denuncian a los dueños de los inmuebles porque, compañero, la propiedad no sólo es un robo, sino que el robo debe acabar con toda la propiedad, siempre que sea ajena. Falta el juez o mejor la jueza que invente otro uso alternativo del Derecho: las denuncias "creativas", ambientadas en las reivindicaciones sociales de nuestro tiempo, como ordena el fiscal general del Estado. El choriceo, otra vez lo más in, ahora que nos abandona Beckham.

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