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Carlos Semprún Maura

La précieuse ridicule

La semana pasada, en un plató de Canal Plus, este señorito, portavoz de la candidata, declaró que el único defecto de Segolène era su compañero, Hollande. Gran estupefacción e innumerables carcajadas.

Es ridículo declarar que no va a ir uno a Deauville "porque es una ciudad de ricos" cuando se tiene una casa de campo en Mougins, aldea para millonarios. Es lo que acaba de hacer Ségolène Royal, más précieuse ridicule que nunca. La semana pasada hubo un miniescándalo cuando se supo que ella y su compañero, Hollande, pagaban el impuesto sobre la fortuna por ser propietarios de un piso en París y de dos casas en provincias. No entran en la declaración, eso sí, sus viajes con séquito a Chile, China, Oriente Medio, España, Suecia y lo que te rondaré morena, más que nada porque se los deben estar pagando los humildes funcionarios del partido socialista. Aunque cabría preguntarse, eso sí, quien le paga sus 730 vestidos, dos al día como promedio.

Esta señora, símbolo de la decadencia cultural francesa, no para de meter la pata. Después de aplaudir a Hezbolá en Beirut, de loar la expeditiva justicia comunista en China, de no saber qué decir sobre los impuestos en Francia (ni sobre el resto), ha vuelto a meter la pata con el incidente Montebourg. La semana pasada, en un plató de Canal Plus, este señorito, portavoz de la candidata, declaró que el único defecto de Segolène era su compañero, Hollande. Gran estupefacción e innumerables carcajadas. Y cabreo de la Royal, que sacó su regla de maestra para darle en los nudillos a su portavoz, al que después suspendió durante un mes, como si no hubiera hecho ya suficientemente el ridículo. Tras esta hazaña, la candidata de la nada se pasea por las pantallas de la tele declarando cosas de este jaez: "Yo ejerzo el orden justo (Santo Tomás de Aquino), yo demuestro mi justa autoridad, yo, yo, yo, yo...". Claro, se ha puesto a bajar en los sondeos. Pero los franceses han llegado a tal grado de cretinismo progre, y no sólo en política, que todo es posible, incluso que vuelva a subir.

Dicho sea de paso, ese impuesto sobre la fortuna, como todo lo que concierne los impuestos en Francia, es un aquelarre, porque se basa esencialmente en el patrimonio inmobiliario. O sea, que un millonario con un solo piso que prefiera para sus vacaciones y demás jolgorios grandes hoteles de cinco estrellas en paraísos fiscales o islas encantadas no lo pagará, mientras que una señora jubilada que cobra 800 o 1.000 euros de pensión mensual, y que ha heredado una casa con jardín en la isla de Ré sí tendrá que hacerlo. Este ejemplo no me lo he inventado, pues ha salido publicado en la prensa. Hacienda se justifica argumentando que, debido al boom turístico en esa isla y al consiguiente y considerable aumento del precio de las casas y terrenos, nuestra pensionista es propietaria de una fortuna virtual que no ha cobrado ni cobrará jamás, porque no le da la gana de vender la casa de sus abuelos. Sin meterme en más detalles, por ahora, diré que también es absurdo que el 50% de los franceses no paguen el impuesto sobre la renta, y que yo, como millones de contribuyentes que no somos propietarios de nada, paguemos fortunas –todo es relativo– a Hacienda.

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