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Asaf Romirowsky

La fantasía palestina número 242 de Carter

Los israelíes han aprendido la dura lección de que hasta que el otro bando no deja de querer borrar del mapa a Israel, resoluciones como la 242 no valen ni el papel en el que están escritas.

Mientras esperamos que el libro nuevo del ex presidente Jimmy Carter, Palestine: Peace Not Apartheid, llega a las tiendas, merece la pena examinar la infame resolución 242 de la ONU que cita en él con tanta frecuencia.

Las palabras de Carter no dan ninguna pista de que Israel fuera la parte que aceptó realmente la 242, y que los árabes y los palestinos fueron quienes la rechazaron. De hecho, fue tras la resolución 242 cuando los árabes difundieron sus tres "noes" igualmente infames: no a la paz, no al reconocimiento de Israel, no a las negociaciones. Nada de esto le importa a Carter, que ha construido su carrera post-presidencial jugando a diplomático sin mandato electoral.

A los palestinos y a los árabes les encanta citar la 242. Se está convirtiendo en el fundamento de la formula "paz por territorios"esbozada tras la Guerra de los 6 Días, y una lectura superficial aparentemente coloca a los negociadores palestinos o árabes en una posición de fuerza. Para los árabes, este requisito "legal", enfatiza las concesiones mutuas: si Israel valorase la paz, devolvería tierra; si los árabes quisieran tierra, darían paz.

A los árabes les encanta citar la 242 también porque es una ecuación engañosamente simple. Por una parte, habla de intercambio de paz por territorios con Israel, en el sentido de que hay espacio para negociar. Pero aunque creamos inocentemente que también pide el reconocimiento de Israel como estado judío, no es el caso.

La resolución pide "el retiro de las fuerzas armadas israelíes de los territorios ocupados en el reciente conflicto". Deliberadamente, no pide la retirada de "todas" o "algunas", porque los autores sabían que tales requisitos serían irracionalmente suicidas.

En lo que respecta a "la paz", la resolución cae en el hervidero burocrático y pide la "terminación de todas las situaciones de beligerancia o alegaciones de su existencia, y respeto y reconocimiento de la soberanía, integridad territorial e independencia política de todos los Estados de la zona y su derecho a vivir en paz dentro de fronteras seguras y reconocidas y libres de amenazas o actos de fuerza".

La resolución exige que Israel abandone parte del territorio a cambio de una cierta paz, sin especificar aún. Israel aún está esperando.

Como explica el historiador Michael Oren, "Israel aceptó la resolución, aunque a regañadientes, igual que Jordania. La respuesta de Nasser fue más equívoca. Al mismo tiempo que aprobaba la decisión de la ONU, reiteraba ante su Asamblea Nacional los tres noes... 'que lo que fue tomado por la fuerza será conservado por la fuerza', y dijo a sus generales: 'No debéis prestar atención a todo lo que yo pueda decir en público sobre una solución pacífica'".

Décadas después, en el 2000, el ministro sirio de exteriores Faruq Al-Shara ilustró la fantasía del utópica paz por territorios en un discurso sobre Israel. Al-Shara volvió a establecer la devolución de los Altos del Golán como requisito previo para negociar con Israel.

En ningún sentido estuvimos de acuerdo en discutir ninguno de los elementos de paz antes de que el tema de la retirada total esté zanjado. Para que la retirada sea completa, tiene que ser... sin quedar ningún israelí, ya sea civil o militar, tampoco semi-militar o semi-civil; tampoco ningún destacamento y ningún israelí en ningún destacamento. Esto es lo que significa retirada total y a lo que no renunciamos.

Siempre que se plantea la noción de "compromiso" en el contexto de un acuerdo de paz palestino-israelí, es relativa a su interpretación fantástica de la 242. Cumplir realmente con la resolución sería anatema.

Y, de hecho, en lo que respecta a la implementación de la 242, Israel entregó territorio una y otra vez: el Sinaí, los acuerdos de Oslo, la retirada de Gaza... y todo a cambio de una paz fría en el mejor de los casos y de un conflicto abierto en el peor.

Durante los años de Oslo y la intifada de al-Aqsa, y bajo la Autoridad Palestina encabezada hoy por Hamás, "paz por territorios" se ha convertido en la práctica en "conversaciones por territorios", porque para demasiados norteamericanos y europeos son las negociaciones –y no la paz– todo lo que Israel puede esperar (y probablemente merecer) a cambio de concesiones territoriales. Es la motivación que llevó a Hezbolá a atacar Israel este verano y la que continúa alimentando a Hamás mientras rechaza el derecho de Israel a existir.

SI los palestinos realmente quisieran hablar de la resolución 242 como sustrato de algo, deberían primero poner orden en sus propios territorios, dejar de disparar misiles contra ciudades israelíes y empezar a crear una sociedad civil decente.

Hasta entonces, los israelíes han aprendido la dura lección de que hasta que el otro bando no deja de querer borrar del mapa a Israel, resoluciones como la 242 no valen ni el papel en el que están escritas.

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