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Aníbal Romero

Contra el fatalismo

Chávez ha asumido una lectura equivocada de los resultados electorales de diciembre pasado, pues la mayoría de quienes le respaldaron no lo hicieron en función del "socialismo", sino del populismo sustentado en el flujo rentista.

Junto al aumento de las amenazas de la implantación del llamado socialismo del siglo XXI, se difunde también una interpretación fatalista en torno a lo que ocurre y puede ocurrir en Venezuela. Tal fatalismo consiste en creer que el curso de los eventos está determinado y nos conduce a un destino inevitable, producto de un plan estructurado en detalle y con antelación por el principal protagonista del proyecto y sus asesores. De acuerdo con esta visión de las cosas, lo que pasa en Venezuela es resultado de una estrategia minuciosamente elaborada y ejecutada, que nos coloca de modo inexorable en la ruta de "otra Cuba".

Semejante perspectiva es cuestionable en tres planos: filosófico, político y moral.

En primer término, los seres humanos hacemos la historia, pero como decía Marx no la hacemos en circunstancias escogidas por nosotros, sino en condiciones que encontramos y provienen del pasado. "La tradición de las generaciones anteriores pesa como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos", escribió Marx en su brillante ensayo sobre el bonapartismo. En otras palabras, los sucesos históricos resultan de la interacción entre las voluntades de los individuos y el entorno colectivo, en circunstancias que en buena medida no hemos creado sino que hallamos a nuestro paso. Hay un espacio para el ejercicio de la voluntad en la historia, pero tiene límites que se amplían o reducen en coyunturas diversas. Por ello el fatalismo, la idea de acuerdo con la cual los procesos históricos están predeterminados, es tan equivocada como el voluntarismo, es decir, la pretensión de que somos como dioses y podemos moldear la vida a nuestro antojo.

En lo político el fatalismo es paralizante. Si todo está preescrito, ¿qué sentido tiene seguir luchando? Si los enemigos de la libertad son tan inteligentes, previsivos, decididos e infalibles, y si sus planes son perfectos, irremediables e irreversibles, ¿para qué disentir? No dudo que Hugo Chávez y sus seguidores, en Venezuela y fuera, tengan las peores intenciones y avancen en función de una bien concebida estrategia, pero estoy convencido de que no sólo distan de ser todopoderosos sino que con frecuencia han errado y seguirán errando. La oposición venezolana ha renacido de sus cenizas en varias ocasiones y lo volverá a lograr.

Chávez ha asumido una lectura equivocada de los resultados electorales de diciembre pasado, pues la mayoría de quienes le respaldaron no lo hicieron en función del "socialismo", ni de éste ni de otros siglos, sino del populismo sustentado en el flujo rentista. El error de percepción de Chávez, o su engaño al respecto, pone de manifiesto la debilidad de un proyecto revolucionario sumergido en petróleo.

En el terreno moral, el fatalismo es desde luego la negación de la libertad humana. Si todo está decretado en la historia lo sensato sería entonces claudicar y rendirse sin más, pues nada de lo que nuestra voluntad realice tendría efectos sobre un destino labrado en mármol por fuerzas invencibles. Por tanto, rechazar el fatalismo es un imperativo moral.

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