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José María Marco

La renovación del PSOE

Nadie, sin embargo, ha tomado posiciones públicas claras en contra de la política de Zapatero. Nadie se ha atrevido a votar "no" en las cuestiones clave, como el Estatuto de Cataluña.

Hay quien piensa que el PSOE actual es fundamentalmente distinto del anterior, del de Felipe González y su vieja guardia. Vendría a demostrarlo la marginación a la que Rodríguez Zapatero está condenando a sus antecesores. De los tiempos del felipismo, no queda en primera fila casi nadie, excepto los que siguen (¿a su pesar?) las consignas del zapaterismo, como Rubalcaba y Fernández de la Vega, o algún virrey autonómico que se presta al juego de la reforma de los estatutos de autonomía como vía de reforma de la Constitución, implantación de un nuevo régimen y refundación de España en la nación de naciones que siempre debió ser y nunca fue por la represión ejercida por la derecha.

También vendrían a demostrarlo las declaraciones, más o menos públicas, de esos mismos personajes apartados del poder. Leguina escribe contra las realidades nacionales. Bono se ha reído de los actuales dirigentes con el episodio bufo de la alcaldada. Felipe González habla mal de Zapatero en privado y de vez en cuando suelta alguna expresión ambigua, vagamente profética. Alfonso Guerra deja entrever su disgusto en su revista teórica... Así algunos otros.

Nadie, sin embargo, ha tomado posiciones públicas claras en contra de la política de Zapatero. Nadie se ha atrevido a votar "no" en las cuestiones clave, como el Estatuto de Cataluña. Nadie discute con claridad la política más que de diálogo, de alianza con Batasuna-ETA: quien presenta el proyecto de legalización de la banda en el Parlamento Europeo es un miembro de la vieja guardia. Nadie defiende a quienes se han atrevido a discutir este proyecto. Rosa Díez, a pesar de su increíble lealtad a Zapatero, sigue siendo objeto de un acoso implacable. Gotzone Mora lo ha sido también. Lo fue en su tiempo Nicolás Redondo y ahora le ha tocado el turno a Enrique Múgica, linchado en las Cortes.

Es posible, por tanto, que más que diferencias sustanciales de ideología, lo que se esté manifestando sea desconfianza, alimentada por una política cada vez más destructiva y chapucera. Además, es legítimo plantearse qué habría hecho la vieja guardia socialista de encontrarse, como se encontró Zapatero en 2002, cuando el PSOE se radicalizó, ante un partido consistente y de gobierno, como era el PP entonces, y no ante una oposición inane como la de la derecha en los años ochenta... ¿De verdad alguien cree que Felipe González habría adoptado una política menos sectaria y más integradora? ¿Hubo algún intento de apaciguar los ánimos o propiciar una actitud patriótica tras el 11-M por parte de los socialistas felipistas o guerristas? ¿O más bien fue al contrario? Y sin necesidad de ir más lejos en una especulación demasiado vertiginosa, ¿entre qué personas circuló la información que permitió al PSOE llevarle la ventaja al Gobierno entre el 11 y el 14-M?

Si se quiere salir del agujero en el que nos estamos hundiendo, es imprescindible una renovación del PSOE. En contra de lo que se oye, es dudoso que esa renovación venga de la vieja guardia. Ahora bien, ¿alguien ve caras nuevas que sean capaces de proponer y luchar por una actitud distinta?

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