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Putin, el multilateralista

Parece que espera que de un momento a otro los tanques de la Alianza Atlántica avancen arrolladores para arrebatarle kilómetros y kilómetros cuadrados y repartirlos entre no se sabe quiénes.

Putin se ha soltado la melena. Ha ido a la Wehrkunde, cónclave sobre política de seguridad que se celebra cada comienzo de febrero en Munich, al que asisten todos los que son y donde son todos los que están en el mundo de la seguridad internacional y la defensa, y se ha descolgado con un discurso antiamericano y anti OTAN que, a pesar de los escasos amores que suscitan los Estados Unidos de Bush, ha hecho feliz a muy pocos en Occidente.

Casi el primer tercio de su proclama han sido andanadas antiamericanas en nombre del multipolarismo y el multilateralismo, aderezadas con los consabidos panegíricos a las Naciones Unidas y el derecho internacional. Nada realmente nuevo, pues no es más que lo que toda la progresía viene diciendo. Pero resulta curioso verlo sistemáticamente recopilado por el representante de una potencia que siente como un insoportable ultraje la pérdida de su tradicional dominio sobre sus vecinos, que nunca han dejado de temerla y cuya inquietud crece por el uso del aprovisionamiento energético como instrumento de coacción y porque las rentas del gas y el petróleo hacen posible satisfacer el deseo ruso de reconstruir la fuerza militar de la antigua Unión Soviética, corroída por años de decadencia interna.

El discurso es interesante como exposición sistemática de la visión de su autor sobre cómo debe ser y funcionar el orden internacional. Un necesario pero difícil ejercicio es separar aquello que constituye sinceras distorsiones de la realidad debidas a inveterados modos rusos de abordar su papel en su periferia y en el mundo, lo que incluye componentes de ambición desmedida y tradicional paranoia, de lo que es simple caradura, dándole la vuelta a las cosas para ponerlas patas arriba y boca abajo, acusando a los demás de lo que son sus vicios dominantes.

Así por ejemplo el presidente ruso vuelve a la carga con el tema de la expansión de la OTAN y proclama el derecho a preguntar contra quién se hace. Más bien habría que preguntar a favor de quién. Y la respuesta es que se hace, por supuesto, para ayudar a países que han padecido durante siglos la bota de su vecino oriental y quieren ser y sentirse europeos y atlánticos y protegidos por algún manto de seguridad, por tenue que sea. Pero también a favor de Rusia, para quien la presencia de OTAN en sus proximidades sirve para contener pecaminosas tentaciones de recrear una robusta y sumisa esfera de influencia.

¿Habría que preguntarle por qué la proximidad de una organización tan anémica le incomoda tanto? Tal parece que espera que de un momento a otro los tanques de la Alianza Atlántica avancen arrolladores para arrebatarle kilómetros y kilómetros cuadrados y repartirlos entre no se sabe quiénes. Así es, suelen decir los que disfrutaron de experiencias rusas hasta hace sólo década y media, porque si ellos pudieran lo harían y como es normal juzgan a los demás por sí mismos. Como nosotros también somos normales e igualmente tendemos a cometer el mismo error de juzgar a los demás tomándonos a nosotros mismos como baremo, nos cuesta creer que esa sea la explicación. ¿Habrían prosperado los bálticos estos años como lo han hecho sin el paraguas de OTAN o vivirían en la misma inquietud que ucranianos y georgianos? ¿Paranoia o cinismo?

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