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José García Domínguez

Manual del perfecto idiota

En los años de la pana y el plomo, aquí, entre el PSOE, los Jueces para la Democracia y los Fiscales para lo que Mande el Señorito le organizaron un entierro de tercera a Montesquieu.

Es sabido que en el Dictionnaire des idées reçues, aquel exhaustivo catálogo que elaborara Flaubert con todas las idioteces que se precisa decir en sociedad para resultar un hombre simpático, está escrita la crónica de los últimos tres años de la Historia de España. No obstante, y sin merma de su definitiva contemporaneidad, se echa en falta alguna actualización menor. Bien es cierto que no en el célebre prólogo del de Rouen, más vivo hoy que nunca ("demostraré que las mayorías siempre han tenido razón y las minorías no. Sacrificaré a los grandes hombres en aras de todos los imbéciles, a los mártires por los verdugos..."). Aunque sí en ciertas entradas de su glosario; por ejemplo, las que retratan la relación del cretino ideal con las voz "Justicia" y la expresión "Poder Judicial".

Pues ya sabíamos que el idiota perfecto en todo momento habrá de pontificar que los cipreses sólo crecen en los cementerios, que Maquiavelo fue un gran malvado, y que el frío es más sano que el calor. Pero la repentina muerte del autor nos hurtaría la nueva de que, además, él siempre "acata" las decisiones de los tribunales (como si existiese la opción de no acatarlas). Una aceptación que invariablemente habrá de ir precedida de la siguiente coletilla: "Manifiesto mi más absoluto respeto por la independencia del Poder Judicial".

En los años de la pana y el plomo, aquí, entre el PSOE, los Jueces para la Democracia y los Fiscales para lo que Mande el Señorito le organizaron un entierro de tercera a Montesquieu. Y, en la vísperas de las exequias, todas esas plañideras que acatarían calladitas la eutanasia activa para de la división de poderes, también acataron la charanga de aquella "dona" que era una "dona" y aquel banquero insolvente que era un presidente de la Generalidad. Así, calladitas, acatarían a la horda nacionalista que manifestó su más absoluto respeto a la independencia de los jueces por las calles de Barcelona. Tan silentes como cuando, algo más tarde, acataron las estocadas del Bellotari y los gangsters de Interior al juez Marino Barbero, el instructor del caso Felipe González. Y como cuando el presidente del Tribunal Constitucional hubo de marchar a morir lejos de España. Y como cuando...

Dicen por ahí que ese Bermejo dio a la imprenta un librito que se titula El espíritu de las leyes, donde predica: "La ley debe ser como la muerte: que no exceptúe a nadie". Y del otro, el tal Montesquieu, juran que dejó dicho en su epitafio: "El gobierno de los jueces sólo será legítimo cuando lo nombre Zapatero". O viceversa, que no sé ahora si lo entendí bien. En fin, sumémonos ya al beato coro de las plañideras. ¡Qué intolerable ese inaudito desacato al Supremo de la AVT!

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