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Thomas Sowell

La política no tiene precio

Buena parte, por no decir la mayoría, de las medidas de política económica defendidas por los políticos hoy día no recibirían jamás el visto bueno del votante medio si éste supiera tanta economía como Alfred Marshall hace 100 años o David Ricardo hace 200

Con todos los avances que se han producido en el análisis más sofisticado por parte de economistas profesionales, muy pocos de los principios básicos de la economía han llegado hasta el votante y el ciudadano medio. Buena parte, por no decir la mayoría, de las medidas de política económica defendidas por los políticos hoy día no recibirían jamás el visto bueno del votante medio si éste supiera tanta economía como Alfred Marshall hace 100 años o David Ricardo hace 200.

Nada es más básico en economía que los precios y, aún así, el papel de los precios es repetidamente ignorado o incluso malinterpretado por los políticos y los medios de comunicación.

¿Qué hacen los precios? Los precios imponen la forma más eficaz de racionamiento, el auto-racionamiento. ¿Y por qué es necesario el racionamiento? Porque la suma de lo que queremos todos siempre es mayor que la cantidad de lo que realmente hay. Da lo mismo si estamos hablando de una economía capitalista, socialista, feudal o de la que sea. Los recursos son limitados, pero los deseos no. Ese es el problema básico y definitorio de la economía.

Los precios nos obligan a limitar nuestras pretensiones sobre lo que han producido otras personas al valor de lo que usted ha producido para otras personas. Los precios obligan a limitar cuánto producto A compramos, porque necesitamos conservar parte del dinero para comprar del producto B. Aunque los precios son los que comunican estas limitaciones, no son los que las provocan. Ninguna economía –capitalista, socialista, feudal, o la que sea– puede consumir más de lo que produce. Producir más cantidad de A significa utilizar recursos necesarios para producir B.

Simple y obvio como todo esto pueda parecer, los políticos alegremente lo ignoran cuando prometen hacer que los precios de la vivienda, de la sanidad o de otras cosas sean más "razonables" o "asequibles". Nada es más fácil para ningún Gobierno que imponer controles de precios. Los gobiernos llevan miles de años haciéndolo. Lo que los gobiernos no pueden controlar son las realidades subyacentes que se expresan a través de los precios.

¿Qué nos dice la historia de los miles de años de controles de precios? Lo primero que se mina o se destruye es el auto-racionamiento. Cuando se paga el precio completo de ir al médico, se va cuando uno tiene una pierna rota, no cuando tiene un resfriado o un pequeño sarpullido. Cuando el Gobierno hace que la sanidad sea "asequible", se acude a la consulta por tener la nariz congestionada o el más diminuto de los sarpullidos.

Las realidades subyacentes no han cambiado, sin embargo. El tiempo del médico es aún limitado, y el rato que le lleva ocuparse de su resfriado o su sarpullido es tiempo que otra persona que tiene una pierna rota –o quizá cáncer– tiene que esperar para obtener una cita.

Todos los países con sistemas sanitarios controlados por el Gobierno tienen mayores listas de espera –a veces de meses– para recibir atención médica. En otras palabras, el racionamiento sigue existiendo pero depende más del azar, porque los precios no obligan a nadie a racionarse según la seriedad de su problema.

Cuando los precios de la vivienda son controlados por el Gobierno sucede tres cuartos de lo mismo. El control de los alquileres ha permitido a ciertos inquilinos ocupar más espacio para vivir del que ocuparían si tuvieran que pagar el precio completo, que refleja la demanda de vivienda de otras personas.

El resultado neto, ya sea en Nueva York, San Francisco o cualquier otro lugar, es un montón de apartamentos con un sólo inquilino y muchas familias que no pueden encontrar una vivienda libre a la que mudarse. La escasez de vivienda es resultado del control de los alquileres en ciudades de todo el mundo.

La escasez de vivienda obliga a algunas personas a vivir lejos de sus puestos de trabajo y tener que viajar diariamente de casa al trabajo; en ocasiones, algunos acaban viviendo en la calle. El número de los sin techo tiende a ser mayor en las ciudades con control de precios del alquiler, siendo Nueva York y San Francisco, de nuevo, los ejemplos clásicos.

Los economistas llevan tiempo diciendo que nadie regala nada, pero los políticos salen elegidos prometiendo justamente eso. El control de precios crea la ilusión de que se está obteniendo algo gratis.

Los precios no solamente racionan las existencias actuales, sino que también determinan la cantidad de las que están por venir. Dado que desarrollar una nueva medicina cuesta una media de 800 millones de dólares, no tiene sentido hablar de medicamentos "baratos". O se pagan los 800 millones de dólares, o el suministro de nuevas medicinas se seca. Controlar los precios no cambia eso.

En Libre Mercado

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