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EDITORIAL

Aunque Pekín se empeñe, Taiwán no es China

De lo que se trata aquí no es de si los taiwaneses son más o menos chinos, sino de si son más o menos libres

Que la República Popular China y la República de China, es decir, Taiwán son dos países diferentes y soberanos es algo tan elemental que no sorprende a nadie. Excepción hecha de los mandatarios de Pekín, que siguen erre que erre –en un autismo político sin igual– insistiendo en que la pequeña isla de Formosa, solar donde se asienta Taiwán, forma parte integrante e irrenunciable de la República Popular. Los taiwaneses, que, efectivamente, hablan chino, son afortunados porque su insularidad y la decisión de sus líderes les ha permitido librarse de una de las peores dictaduras del siglo XX.

Desde que los partidarios del Kuomintang se estableciesen en Formosa en 1949, el Gobierno comunista chino no ha ejercido soberanía alguna sobre la isla, por lo que se puede afirmar que la independencia de Taiwán es un hecho. Lo es porque tras casi 60 años de separación Taiwán ha desarrollado su propio modelo que le ha permitido situarse a la cabeza de Asia en lo referente a libertades políticas y económicas. Esto se ha traducido en la democratización progresiva (hoy plena) y en una envidiable prosperidad material. Muy lejos de la tiranía de décadas, las hambrunas y la represión sin tasa ejercida en nombre del pueblo que han tenido que padecer los chinos del continente.

A estas alturas, y después de que Taipei haya renunciado formalmente a recuperar la China continental, mantener abierto un conflicto como este sólo cabe en las mentes de los jerarcas del Partido Comunista chino. Porque, a fin de cuentas, de lo que se trata aquí no es de si los taiwaneses son más o menos chinos, sino de si son más o menos libres. Hoy por hoy lo cierto es que son más libres con el Gobierno de Taipei que con el de Pekín, por lo que Taiwán debe seguir existiendo, mal que le pese a Wen Jiabao.

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