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Thomas Sowell

Política prematura

Se ha llegado más bajo que nunca al explotar el tema religioso con afirmaciones de que algunos de los antepasados mormones del gobernador Mitt Romney tuvieron múltiples esposas. ¿Acaso van a presentarse a las elecciones los antepasados de Romney?

Cuando algunos de nosotros acabamos de acostumbrarnos al hecho de que ya es 2007, un montón de gente está actuando como si estuviéramos en 2008. Siguen apareciendo encuestas que muestran quiénes encabezan la carrera por convertirse en los candidatos presidenciales de demócratas y republicanos. ¿A qué viene tanto bombo publicitario tan pronto? ¿Han olvidado todos aquello de que "en política, una noche es toda una vida"? Algunos de nosotros somos lo bastante mayores como para recordar al favorito Ed Muskie y al también favorito Gary Hart, por no mencionar al "presidente Dewey".

Al margen de lo imprecisas que puedan resultar las encuestas hechas hoy para predecir quién va a ser nominado para presentarse a presidente dentro de más de un año, el hecho de que los candidatos ya hayan comenzado a tirarse puñales indica qué podemos esperar cuando las carreras por las nominaciones entren en su recta final y las campañas presidenciales se pongan en marcha.

Se ha llegado más bajo que nunca al explotar el tema religioso con afirmaciones de que algunos de los antepasados mormones del gobernador Mitt Romney tuvieron múltiples esposas. ¿Acaso van a presentarse a las elecciones los antepasados del gobernador Romney? Hay tantos candidatos que quizá lo hayan hecho y no me he dado cuenta. Lo más irónico de este ataque, como alguien ya ha señalado, es que el gobernador Romney parece ser uno de los pocos políticos contemporáneos que sólo ha tenido una esposa.

Se suponía que la religión había dejado de ser un arma de confrontación electoral en 1960, cuando John F. Kennedy salió elegido como el primer presidente católico. Lo cierto es que no fue un punto tan crucial en 1960, y algunos cínicos decían que el único que hablaba de ello era el propio JFK.

Es dolorosamente obvio que ya tenemos suficiente con intentar entendernos entre nosotros, sin intentar meter en el saco lo que hicieron o dejaron de hacer las generaciones anteriores. Naciones enteras se han hecho pedazos por lo que los ancestros de quién hicieron a aquel otro, y por quién era el propietario legal de qué territorio en tiempos inmemoriales.

La aparición de la religión como tema electoral no es una aberración, sino una señal más del desagradable retroceso de nuestros tiempos. Durante las audiencias de confirmación de la nominación del juez Samuel Alito al Tribunal Supremo, la senadora Dianne Feinstein le preguntó si ser católico iba a interferir con el cumplimiento de su deber como juez. ¿Pensaría ella que ser judía interfería con sus deberes como senadora? ¿Había olvidado que hace menos de un siglo –no mucho tiempo en términos históricos– aún había objeciones a que Louis Brandeis se convirtiera en juez del Tribunal Supremo por el hecho de ser judío?

Todas las naciones tienen algo en su pasado que está mejor muerto y enterrado. Pero un incremento de los prejuicios religiosos no parece probable; sin embargo, lo que ha sido apropiadamente bautizado como "la política de la destrucción personal" por uno de sus practicantes, Bill Clinton, se ha convertido en un creciente cáncer en el estamento político.

La importancia de los ataques contra la imagen pública del rival va más allá de las estratagemas cínicas de los políticos. Tales confabulaciones son eficaces sólo porque resultan atractivas para muchas personas que no pueden concebir que alguien se oponga a sus posiciones políticas sin que sea estúpido, perverso o corrupto. En otras palabras, muchos ya no consideran necesario responder a argumentos con argumentos, evidencias con evidencias o análisis lógicos con análisis lógicos.

Las pruebas y la lógica ya no son ni siquiera cimientos de nuestro sistema educativo. Desde los días de las Juventudes Hitlerianas, los jóvenes no habían sido objeto de mayores niveles de propaganda en más temas políticamente correctos.

Antaño los educadores se preciaban de que su papel no era enseñar a los estudiantes qué pensar sino cómo pensar. Hoy, su papel es con demasiada frecuencia enseñar a los estudiantes lo que deben pensar sobre todos los temas, desde inmigración al calentamiento global, pasando por la sagrada trinidad de "raza, clase y género". Hasta en nuestras universidades más prestigiosas –quizá especialmente en esas, de hecho– los códigos de expresión estrangulan a aquellos estudiantes que están en desacuerdo con el adoctrinamiento, y las voces exteriores que no suscriben la corrección política reciben abucheos.

Ya es suficiente lidiar con los problemas de nuestra generación como para preocuparnos de lo que hicieran nuestros antepasados o los de los demás.

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