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Martín Krause

La privatización del agua

Posner no considera que el agua sea diferente a otros recursos naturales ya manejados por el mercado, como el petróleo o el gas.

Anuncian que se modificará la misión de las fuerzas armadas argentinas para incluir la protección de nuestros recursos naturales, bajo la “hipótesis de conflicto” de que alguna potencia extranjera pudiera intentar controlarlos.

La imaginación se enfocó principalmente en el agua, sugiriendo algunos comentaristas que se la podrían llevar en barcos o vaya usted a saber de qué otra forma. No obstante, parece que la economía podría encontrar soluciones a la escasez de este elemento, mucho antes de que los Rambos o Terminators lleguen por estos parajes.

Gary Becker, premio Nobel en economía 1992, y Richard Posner, juez y profesor de la Universidad de Chicago, han tratado el tema recientemente. Becker analiza especialmente el lado de la demanda y sostiene que el problema es que las regulaciones gubernamentales del agua no funcionan. Estas incluyen, entre otras, regular la cantidad de agua que utilizan los inodoros, fijar horarios y limitaciones para regar jardines, pero el problema principal es el precio del agua, que no se relaciona a su consumo. La mayoría de los sistemas de irrigación cobran un canon anual y a los domicilios se les cobra un monto fijo o incluso nada. La solución sería que los precios aumenten con la cantidad demandada.

Pero esa no sería una solución “políticamente” conveniente porque se cree que los hogares son los principales consumidores de agua. No es así. Según Becker, en Estados Unidos 40% del agua se destina a irrigación, otro 40% a producir energía y apenas 8% al uso doméstico. Es más, el cargo debería ser por el uso “neto” de agua, ya que en el caso de la energía las plantas termoeléctricas que la usan para enfriamiento vuelven a utilizar 98% de la misma agua, mientras que  los sistemas de irrigación solamente 40%.

Los agricultores y sus cabilderos no se quedarían de brazos cruzados ante un cambio semejante, pero a pesar de su gran influencia política, no es probable que convenzan a sus gobiernos a invadir militarmente a otras naciones. Y probablemente las familias preferirían cambiar sus sistemas de riego o pagar un poco más por el agua que ver partir a sus hijos a la guerra.

Posner, por su lado, se ocupa más de la oferta y comenta que el mayor precio del agua no solamente incentivaría un menor consumo sino que promovería la desalinización del agua del mar. No cree que una ciudad deba tener una empresa de distribución de agua como tiene una de televisión por cable. Ambas son industrias en red con ciertas características monopólicas y seguramente no habría varias redes de tuberías en una ciudad. Pero la ciudad podría aprovechar la competencia “por el mercado” en concesión, a lo que cabría agregar el desarrollo de nuevas tecnologías (como el reciclado) que competirían con el monopolio de red de la misma manera que la televisión satelital compite con el cable.

Posner no considera que el agua sea diferente a otros recursos naturales ya manejados por el mercado, como el petróleo o el gas. Incluso, los problemas de propiedad conjunta de un recurso, como por ejemplo un depósito subterráneo, se manejaría igual que cuando distintas empresas petroleras explotan el mismo yacimiento. Su recomendación final es la privatización y un inteligente diseño del derecho de propiedad sobre el agua.

Todavía no está claro si el calentamiento global ocasionará que haya más agua disponible al aumentar las lluvias o menos al reducir las nevadas, pero la creciente riqueza global aumentará su demanda.

Sabiendo que los gobiernos suelen cometer grandes disparates, no se puede descartar que a alguno se le ocurra tomar por la fuerza el agua de algún país vecino, pero si los políticos leen a Becker y Posner se darían cuenta que es preferible utilizar incentivos que exponer, con una invasión, la vida de cientos o miles de nuestros jóvenes.

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