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Jaime Ignacio del Burgo

El miedo del señor Polanco

No es extraño que Polanco tenga miedo, pero debiera tenerlo de sí mismo por haber creado ese gigantesco Leviatán informativo capaz de hacer y deshacer líderes y aun gobiernos.

Impresionante la diatriba lanzada contra el Partido Popular por Jesús Polanco. En el turno de ruegos y preguntas de la junta general celebrada el pasado viernes 22 de abril, alguien expresó su preocupación por el hecho de que una parte de los ciudadanos considerasen al Grupo Prisa como una fuente de poder partidista y abogó por aparecer más "neutrales".

Haciendo uso del privilegio de la edad, Polanco se soltó el pelo y arremetió contra el Partido Popular. No se puede ser neutral –vino a decir de forma confusa y en un deficiente castellano– con un partido que alienta la guerra civil, que es franquismo puro y duro y que si volviera a recuperar al poder vendría con ganas de revancha, lo que le da miedo.

No contento con esto, Polanco lanzó un claro mensaje: Delenda est PP. "Si pudiéramos colaborar para que en España hubiera un partido de derechas moderno y laico, lo apoyaríamos". O sea, Mariano Rajoy dirige un partido no sólo franquista y "guerracivilista" sino también rancio y clerical. El mensaje es meridianamente claro: si alguien quiere destruir al Partido Popular contará con el apoyo del todopoderoso señor de Polanco.

La reacción del Partido Popular no ha podido ser más razonable y ecuánime. Mientras no haya una pública rectificación por parte del señor Polanco, sus dirigentes dejarán de atender todas las convocatorias del Grupo Prisa (entrevistas, tertulias y programas). Esto ha provocado la airada reacción del imperio del señor de Polanco que ha acusado al PP de intolerante y antidemocrático por pretender ahogar la libertad de expresión. La actitud de los populares puede afectar, además, a la cuenta de resultados del Grupo y por ahí sí que no pasan.

El Partido Popular ha tomado una decisión extraordinariamente valerosa al enfrentarse de esta forma al Dictator Hispaniae de la comunicación. Hay que tener mucha fortaleza y sentido de la dignidad para enfrentarse a quien posee tanta capacidad destructiva cuya tentación puede ser la de disponer de vidas y haciendas. Atribuyen a un magnate de los medios la siguiente frase: "A mí, ése (se refería a algún político que le molestaba) no me dura dos editoriales". Espero que no sea éste el comportamiento de los paladines de la libertad de expresión que ahora se rasgan las vestiduras ante la reacción del PP.

Lo cierto es que el señor de Polanco ha sido radicalmente injusto y desmesurado en sus apreciaciones. Convendrá recordar que no es el PP sino el presidente del Gobierno quien, so pretexto de promover la memoria histórica, ha desenterrado la dialéctica de las dos Españas que creíamos haber enterrado definitivamente en la transición. No es el PP sino el presidente del Gobierno quien ha permitido el lanzamiento de cargas de profundidad contra los cimientos de la Constitución de 1978 al aprobar un Estatuto que confiere a Cataluña la condición de nación y cuartea el Estado de las autonomías. No es el PP sino el presidente del Gobierno quien ha abierto un proceso de claudicación vergonzosa y vergonzante con ETA para acordar un nuevo estatus para el País Vasco que sólo será posible si se da satisfacción a las dos exigencias básicas de los terroristas: autodeterminación y Navarra.

Es un tremendo exceso verbal acusar al PP de franquismo puro y duro por reivindicar el respeto a la Constitución española como modelo de convivencia en paz y en libertad, ejercer de manera cívica e impecablemente democrática el derecho de manifestación y denunciar una política autonómica discriminatoria e insolidaria. En Francia, la candidata socialista a la presidencia de la República, Ségolène Royal, mantiene intacta su virginidad progresista a pesar de desear que todos los franceses tengan la bandera tricolor en sus hogares y terminar sus mítines con la Marsellesa. En España, en cambio, a Mariano Rajoy se le acusa de ser un fascista peligroso y de impulsar el renacer de la extrema derecha por haber puesto fin con el himno nacional a una manifestación cívica cuajada de banderas constitucionales para protestar contra la humillante claudicación del Gobierno ante ETA.

Ignoro cómo acabará este pulso entre el David popular y el Goliat mediático. Hay mucha desproporción de fuerzas. A un lado están, es verdad, diez millones de ciudadanos pacíficos que cantan Libertad sin ira y confían en las urnas –y en nada más– como medio de cambiar las cosas. Pero en frente hay una escuadra mediática con una impresionante capacidad destructiva, capaz de pulverizar a todo aquel que se ponga por delante sin plegarse a sus dictados, a sus dogmas progresistas y a su sectarismo falsamente independiente.

El señor Polanco haría bien en rectificar para no generar mayor crispación. Prolongar esta situación no conduce a nada bueno. La España cuyo Gobierno, según él, funciona a las mil maravillas, se aleja cada vez más de los valores que hicieron posible la transición de la dictadura a la democracia: paz, concordia, reconciliación, tolerancia, respeto mutuo. El señor Polanco tiene en ello una gran responsabilidad pues, sin el menor sentido crítico, su Grupo mediático apoya, defiende, aplaude y alienta las insólitas decisiones de un presidente que, a juicio de ese hombre de paz que es Arnaldo Otegi, se comporta ora como buen revolucionario, ora como buen republicano de izquierdas, pero no como un garante de la Constitución.

No es extraño que Polanco tenga miedo, pero debiera tenerlo de sí mismo por haber creado ese gigantesco Leviatán informativo capaz de hacer y deshacer líderes y aun gobiernos. Y es que la excesiva concentración de medios debiera tener alguna limitación en una sociedad democrática. De no ser así llegará el día en que tengamos que remedar al marxista Lenin: "Libertad de expresión, ¿para quién?".

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