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Cristina Losada

Las falanges de Cándido

Tal interés demuestran por el revoloteo de esas aves que llaman "aguiluchos" que sirven en bandeja la sospecha. La fontanería gubernamental bien puede, si quiere, alimentar y orientar a esas bandadas.

Cuando Conde-Pumpido habla de falangistas, la memoria se despierta sobresaltada, de modo similar a cuando habla de franquistas el propietario de Prisa. Ambos proceden de esos predios. De cerca los conocieron, fuese por razones familiares, de afinidad o negocios. Polanco ha de ser un auténtico connaisseur de las interioridades y corruptelas de aquel régimen, que supo explotar en propio beneficio, y es notorio que vistió camisa azul, pantalón corto y correajes. En cuanto al Fiscal General, si no lució el uniforme en su infancia, al menos debió de palparlo, atendiendo a los cargos relacionados con la Justicia (o injusticia) que ocuparon bajo la dictadura sus mayores. Lástima que ningún partido político reclamara, ante el envite del socialismo gobernante, una memoria histórica completa. Los defectos del concepto se hubieran compensado en parte de haberse subsanado la hemiplejía. Ya que desenterraban el cadáver, mejor que compareciera entero. Falta un Who’s Who de la dictadura. Ilustrado con fotografías. De antes y después. Del azul al colorete.

El sobresalto persiste cuando se ve cómo aprovechan él y sus jefes a esa decena de falangistas que posan bandera en mano en los actos convocados por asociaciones y partidos democráticos contra las cesiones a la banda terrorista. Tal interés demuestran por el revoloteo de esas aves que llaman "aguiluchos" que sirven en bandeja la sospecha. La fontanería gubernamental bien puede, si quiere, alimentar y orientar a esas bandadas. Aunque todo sea dicho, también se detectó a alguna falange en la manifestación aquella por la Paz de Zapatero. Por pura casualidad y no por una atracción instintiva, se aproximó su pancarta a la figura de un ex ministro que, a diferencia de otros, no oculta que es hijo de falangista. Pero ¿quién los sacó entonces? No sería la presencia de Almudena Grandes como lectora del final comunicado. Ya tenía méritos, pero no había destapado todavía su alma de fusilaora.

La media docena de falangistas, los saque quien los saque o se saquen ellos solos, no llena ni un triste callejón. Sin embargo, Cándido puebla las rúas con éxito. Y ello por la acción, sí, de sus falanges, ésas que emplea en reordenar los recovecos del poder judicial, quitando allí y poniendo allá. Gracias a sus deditos nunca ociosos, quienes deben velar por el cumplimiento de la ley y hacer justicia sacan a las calles a la escoria bajo uno u otro pretexto. Trátese de asesinos como De Juana Chaos, de cómplices del terrorismo como Otegi o de cachorros de la ETA, las manos donde moran esos dedos les abren las puertas y allá salen, a la calle. Libres quedan para encontrarse en ella con sus huestes, que la ocupan sin tregua y sin freno, y sin que los cándidos quieren sacarlas de ella. Y como prima la tolerancia con los intolerantes, siempre que sean de la cuerda, han salido de sus guaridas todos los aprendices de nazi, o nazis enteros, que se sienten a sus anchas en este ecosistema de impunidad para la violencia con fines políticos que han creado "pacifistas" como Zapatero.

Desde las agresiones a los no nacionalistas en Cataluña hasta la patada propinada por un consejero municipal del PNV a un vocal del Foro Ermua, hay un crescendo de violencia consentida, alentada por el premio al terror que se viene cocinando en La Moncloa, con la vieja receta de convertir a las víctimas en verdugos y a éstos en buena gente. Cómo extrañarse de que la aplique de nuevo el Gobierno vasco para culpar de esa agresión brutal y repugnante, a los agredidos. Es la perversión moral que suministran a diario los Pepiños. Pero sin las falanges de Cándido ese pastel no saldría. Hay que perforar la legalidad y amasar la cesión, manchándose con el dolor y la sangre de los que quedaron en el camino.

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