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Larry Elder

Tocar fondo

Una palabra, una palmada en la espalda o un consejo a tiempo pueden hacer que alguien se pare a pensar. Recuerde el viejo refrán: cuando el estudiante esté listo, el profesor llegará. El señor Gordon nunca dejó de intentarlo, y se convirtió en el mío.

Me preguntan con frecuencia qué se puede hacer para devolver al redil a los niños problemáticos. La experiencia me dice que no existe ninguna fórmula. Si se considera, por ejemplo, a los alcohólicos en rehabilitación, los expertos aseguran que su recuperación comienza normalmente después de "tocar fondo" cuando algo, o alguien, hace que se tomen en serio su vida. Y lo que constituye "fondo" varía de una persona a otra.

Delincuentes, drogadictos y demás gentes de mal vivir pueden asistir a sesiones de terapia en grupo, escuchar discursos de motivación y solicitar asistencia psicosocial sin que tenga ningún resultado positivo. Aún así, algunos escuchan o ven algo que les provoca o les inspira y comienzan a reexaminar sus vidas y cambiar su comportamiento.

Vamos, que no conozco la respuesta. Pero cuando me plantean esa pregunta, pienso en el señor Gordon.

Cuando era niño,  en mi vecindario de clase baja, mis amigos y yo solíamos jugar al fútbol y al baloncesto en la calle. Nuestra pelota aterrizaba con frecuencia sobre el césped del señor Gordon y la perseguíamos, aplastándole en ocasiones las flores. El señor Gordon cuidaba su césped con mucho más cuidado que nadie del vecindario. Podaba con mimo sus setos, abonaba cariñosamente su césped y regaba religiosamente, disfrutando como resultado un glorioso jardín.

"¡Fuera de mi césped!", gritaba el señor Gordon a través de su ventana cuando lo pisábamos o la pelota rodada encima de él. Sus gritos simplemente nos hacían correr y aplastar su césped aún más. A continuación, el señor Gordon salía de la casa para gritar más alto y echarnos la bronca. "Respetad mi jardín", decía, "y respetad el jardín de todos los demás en este vecindario. Podéis ir varias manzanas más abajo y jugar en el patio de la escuela. ¿Por qué tenéis que correr sobre mi césped?". En otras ocasiones gritaba: "¿Qué os he hecho? ¿Por qué seguís haciendo esto?". Lo que hacía que le destrozásemos su césped aún más, disfrutando de su enfado.

Una vez, mientras cortaba la hierba de nuestra propia casa con nuestro antiguo cortacésped de gasolina, derramé sin darme cuenta algo de gasolina. Enseguida, la gasolina volvió completamente marrón ese trozo de césped. ¡Menudo descubrimiento! De modo que, después de otra sesión de gritos con el señor Gordon, les comenté a algunos amigos lo que la gasolina hacía en los jardines. Tras caer la noche, nos metimos en el césped del señor Gordon y vaciamos en él una lata entera de gasolina. Después de un día más o menos, el césped propio de un green de campo de golf del señor Gordon tenía un enorme trozo marrón muerto justo en medio. Sabía que lo habíamos hecho nosotros, lo que, claro está, provocó otra ración de advertencias y gritos sobre la decencia y el respeto.

Lo había oído todo antes muchas veces, pero, por algún motivo, ese día escuché. Escuché de verdad. Tal vez porque parecía muy dolido. Tal vez porque sabía que me había portado terriblemente mal. De modo que esta vez permanecí de pie y escuché. Me disculpé, y prometí que me aseguraría de que ninguno de los demás pisaría su césped o echaría a perder sus flores. La guerra terminó.

Después de eso, el señor Gordon y yo empezamos a charlar con cierta frecuencia delante de su casa. Hablábamos sobre el trabajo duro. Sobre la educación. Me habló de su vida, sobre cómo nació pobre en el Sur y se mudó a Los Ángeles en busca de una vida mejor. Su esposa y él vivían tranquilamente en su casa. Nunca tuvo hijos. Nunca le pregunté el motivo, pero creo que quería tenerlos.

Me fui a la universidad. Cuando volvía durante los veranos y las vacaciones, veía al señor Gordon regando su césped. Me acercaba y hablábamos. Durante los años siguientes, mientras pasé del instituto a la Facultad de Derecho y a trabajar como abogado, hablamos. Siempre delante de su casa.

El señor Gordon me dijo lo mucho que yo le gustaba y cuánto me admiraba y que le agradaba verme "convertido en un hombre". La última vez que hablamos, miré sus ojos cada vez más grises y, por alguna razón, supe que nunca más lo volvería a ver. Varios meses después, mi madre me llamó y me dijo: "¿Recuerdas al hombre que vivía al principio de la calle?". Nunca supo su nombre, y no sabía de nuestras conversaciones. "Se murió".

¿Qué se le puede decir a quienes actúan mal, a los delincuentes, a quienes desprecian la educación, a los sinvergüenzas? En ocasiones se necesita una palabra de la persona adecuada en el momento adecuado, pero también se necesita la disposición a ser receptivo a ese mensaje. ¿Qué se necesita para que un alcohólico o un grupo de delincuentes vean la luz, si es que lo hacen? Me gustaría poder ofrecer una fórmula paso a paso. Pero no la conozco.

Sí que sé esto. La respuesta no es desistir. Porque una palabra, un gesto, una palmada en la espalda o un consejo a tiempo pueden hacer que alguien se pare a pensar. Recuerde el viejo refrán: cuando el estudiante esté listo, el profesor llegará. El señor Gordon nunca dejó de intentarlo, y se convirtió en el mío.

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