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Serafín Fanjul

Momento

La ministra de Sanidad –que nos suscita evangélicos sentimientos de regalarle un bocadillo, a ser posible de panceta– intenta hundir la ya tocada producción de vino.

Les juro que no hablaré del café a ochenta céntimos. El panorama general de nuestro país es lo bastante grave como para no distraerse en minucias fáciles de explotar. Y sin embargo, un asunto menos que secundario puede hacer más daño a la imagen de Rodríguez –un tipo que sólo vive de vender humo– que la cadena de dislates y abusos políticos y culturales cometidos por el individuo contra nuestro país en los últimos tres años.

Medidas como la prolongación de la intervención en Afganistán o en Líbano (¿dónde están los pacifistas progres?), el estatuto de Cataluña, la resurrección en parte con éxito de la Guerra Civil, la ley de matrimonios homosexuales, las de enseñanza en sus varias ramificaciones, la negociación "a lo que sea" con la ETA, la desaparición en el plano internacional, la pachanga en que se ha convertido España como coladero de la inmigración ilegal, la sumisión ante potencias del porte de Marruecos, la cobardía generalizada ante cualquier conflicto (que aconseja la rendición preventiva como regla de oro) y el uso y abuso de jueces y fiscales son todas causas suficientes para que el pueblo español de forma abrumadora clamase a través de las encuestas contra este "presidente por accidente" (definición suya: un atentado criminal es un accidente). Y, sin embargo, en caso de que las encuestas sean fiables, el PP sólo anda a la par con el PSOE. Hasta llegar a la historia del cafecito, que sí resulta desequilibradora y definitiva. Las exégesis copiosas, hechas por otros, me eximen de abundar en la cuestión, excepto en un aspecto y con el auxilio de Unamuno: "¡Qué país, qué paisaje y qué paisanaje!". Paisanaje bien contradictorio.

En España se vive razonablemente bien, gracias la sociedad y pese a los políticos. El desarrollismo económico de los sesenta y setenta habría ocurrido igualmente con o sin el Régimen y lo sucedido después fue una conjunción de empuje popular y de las capas medias con etapas de gobierno que lo favorecieron (los años de Aznar, tras las calamidades económicas de Suárez y González). En la actualidad sobrevivimos gracias a la inercia adquirida en el tiempo anterior y a una coyuntura exterior relativamente favorable: veremos cuánto dura.

Pero en la vida cotidiana, Rodríguez y su harca están empecinados en dirigir nuestras vidas para salvar nuestras almas (salvación laica, por supuesto, no se hagan ilusiones); les gusta intervenir, dictaminar, reglamentar. No les basta con disfrutar a ya no va más de carguetes inimaginables para ellos en febrero de 2004, sino que, por añadidura, pretenden entrometerse en el agua que gastamos (y que niegan a algunas regiones: Valencia, Murcia, Almería); en el tabaco, si fumamos; en las hamburguesas, si tenemos tal afición... La ministra de Sanidad –que nos suscita evangélicos sentimientos de regalarle un bocadillo, a ser posible de panceta– intenta hundir la ya tocada producción de vino, pero su compincha –diría Dixie– Narbona la toma con los toros y el recién llegado de Justicia –un personaje al que yo no confiaría ni la administración de un puesto de pipero– amenaza con resucitar las guerras de nuestros padres para conjuntarse adecuadamente en la alianza con los separatistas.

Desde abajo les llegan ayudas: sabotajes en el Metro madrileño en armonía con las broncas en el transporte y la sanidad que los sindicatos de obediencia PSOE sueñan con montarle a Esperanza Aguirre, por aquello de apuntalar para las elecciones al cojitranco Simancas y al otro cuyo nombre no recuerdo (de verdad: no lo recuerdo); el moro Muza sale pidiendo que los otros moros no voten al PP, con lo cual patentiza el verdadero alcance del teísmo y fideísmo que oculta el islam, con injerencias inadmisibles en la vida política (¿se imaginan qué dirían todos los goytisolos del mundo si la Iglesia incitara, directamente y con nombre y apellidos, a no votar al PSOE?); los bardenes reales y demás asociados de mamandurria escurren el bulto para no decir "No a la guerra de Afganistán", como tampoco han dicho jamás "No a la ETA"; un policía prisoéfilo muestra sin recato su añoranza por un cuarto donde no rija el Estado de Derecho...

Es un momento feo, el de nuestro país, y si a gran escala está por ver qué aportan a la Humanidad estas nuestras generaciones, aparte del chupa-chups, la fregona o el botellón, en lo inmediato tenemos a la vista unas elecciones municipales y autonómicas: devolvamos a Rodríguez y su panda todo el bien que nos han hecho, sin necesidad de alcanzar los grados de perfección que practica el PNV en sus gestos de amor, con patadas en aquel lugar "do más pecado había".

En España

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