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Carlos Semprún Maura

Honor y patria

Se armó, por oscuros motivos, oscuramente explicados, una trifulca generalizada, que muchos aprovecharon para destrozar los escaparates de las tiendas y robar. Desde luego, la culpa de todo la tiene Sarkozy, por ser húngaro.

Yo lo siento muchísimo, pero los marinos británicos secuestrados en un acto de piratería iraní no son soldados sino funcionarios. Una soldado jamás hubiera aceptado disfrazarse de sultana de harén o de vodevil y declarar sandeces en la televisión iraní. Ni hubieran aceptado los quince "confesar" todo lo que exigían sus carceleros. Un soldado se hubiera negado a hacer el payaso a las órdenes del enemigo y aún a riesgo de ser torturado o asesinado se hubiera mantenido firme, salvando el honor de la marina y de su país.

Seguro que muchos consideran esto grotesco y, con mentalidad funcionaria, piensan que lo esencial es salvar el pellejo y llegar como sea a la pensión de jubilación preservando la familia y las rosas del jardín. El problema es que eso es precisamente lo que desprecian los fanáticos musulmanes y que, al no enfrentarse con soldados, sino con funcionarios, se envalentonan y multiplican sus acciones terroristas y guerreras.

Honneur et Patrie era el lema de las Fuerzas Francesas Libres, capitaneadas por De Gaulle durante la Segunda Guerra Mundial. Y ya que en esta campaña presidencial Ségolène Royal reivindica la Marsellesa y exige que cada hogar francés tenga su bandera, cabe preguntarse si conoce la letra del himno nacional, que es un canto heroico y archiguerrero: "¡La República nos llama, sepamos vencer o morir! ¡Un francés debe vivir para ella, para ella un francés debe morir!".

En los momentos de la Revolución francesa, República y Nación eran sinónimos. Hoy nadie en Francia está dispuesto a vivir, ni a morir, por la Nación y la República, y todo se queda en pandereta electoral. Los anhelos de la juventud, al menos por lo que expresan sus organizaciones, se resumen en la romántica ambición del empleo asegurado y de la pensión de jubilación lo antes posible. Son los jóvenes más viejos del mundo. Y aunque el mundo arda por doquier, todo irá bien "con tal de que no sea en casa", como decía el protagonista de Los Incendiarios, de Max Frisch. Pero claro, ni eso, porque pese al portentoso egoísmo franchute de esta campaña, hasta en lo que dicen que interesa (las reformas sociales y económicas) todos los candidatos se quedan cortos, cuando no prometen naufragios.

Me llamó la atención la rapidez con la que los medios estuvieron presentes cuando el "arresto" (dos horas en comisaría) de la directora de una escuela de párvulos, quien protestó airadamente ante la detención de un abuelito "sin papeles". Normal. Lo digo en serio, como la leona, su obligación es defender a sus cachorros. Desde entonces, Interior ha dado instrucciones para que no se procedan a detenciones delante de las escuelas. ¿Y delante de las lavanderías sí?

Como duraron horas los disturbios en la estación del Norte, que fue la mía durante 10 años (¡juventud, divino tesoro!), es normal que llegara la tele. Se conocen los hechos: un viajero sin billete se niega a pagar y se lía a puñetazos y "zidanazos" contra los empleados de la SNCF. Se armó, por oscuros motivos, oscuramente explicados, una trifulca generalizada, que muchos aprovecharon para destrozar los escaparates de las tiendas y robar. Desde luego, la culpa de todo la tiene Sarkozy, por ser húngaro. ¿Desde cuando tenemos que pagar nuestros billetes de ferrocarril? Si sigue así nos van a terminar exigiendo que paguemos impuestos, cuando ni siquiera somos franceses...

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