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Thomas Sowell

Tertulias

Lo que más brilla por su ausencia es un debate genuino. Normalmente o bien los presentadores o bien los invitados van con posturas predeterminadas en los temas a discutir, sin ninguna intención de dejarse convencer.

Las tertulias empezaron a fascinarme cuando era un adolescente, hace muchos años. La primera que escuché fue el antiguo programa radiofónico Mesa redonda de la Universidad de Chicago. A lo largo de los años también empecé a seguir Meet the Press, el programa televisivo de David Susskind, Open End, y muchos otros. Sin embargo, de un tiempo a esta parte ya no puedo aguantar la mayor parte de las tertulias en televisión, y en la radio sólo escucho a Rush Limbaugh y poco más. ¿Qué ha pasado? ¿Es sólo que con la edad me he convertido en un cascarrabias o han cambiado también los programas?

Ningunas de las tertulias de ahora es como Open End o Mesa redonda de la Universidad de Chicago, ni Meet the Press con Tim Russert es como Meet the Press con Lawrence Spivak o Bill Monroe. Mesa redonda era realmente un debate entre personas con distintas opiniones discutiendo; también Open End. Ese formato es virtualmente desconocido hoy. Existen parecidos superficiales, pero el contenido es muy distinto. Lo que más brilla por su ausencia es un debate genuino. Normalmente o bien los presentadores o bien los invitados van con posturas predeterminadas en los temas a discutir, sin ninguna intención de dejarse convencer.

Sea cual sea el asunto a debatir, no espere que un conservador o un progresista diga: "Vaya, nunca se me ocurrió enfocarlo de ese modo. Estoy de acuerdo con usted". Eso podría provocar un silencio incómodo, a menos que alguien tuviera otro tema preparado. Y, sobre todo, quien dijera eso perdería su estatus como progresista o conservador. Ni quienes debatían en la Mesa redonda de la Universidad de Chicago ni los invitados de David Susskind en Open End tenían un papel ideológico tan rígido que cumplir. Solían tener opiniones distintas, pero no se ganaban la vida como políticos sectarios o ideólogos dogmáticos.

El resultado final es que hoy día no es probable que la audiencia televisiva o radiofónica pueda asistir a un genuino debate de ideas. En cambio, lo que previsiblemente escuche serán temas de conversación y argumentos prefabricados en sucesión. Si un invitado o el presentador hace una pregunta que pone el dedo en la llaga, lo que probablemente haga primero la persona que la recibe es marginar la cuestión, diciendo algo así como "Eso no es el verdadero tema", para pasar inmediatamente a seguir recitando lo que tiene ya preparado.

Todo lo que se aprende de contemplar este tipo de "debates" es lo inteligentes que son algunas personas, lo rápido que reaccionan y la enorme reserva de retórica que poseen. Algunos tertulianos son maestros en monopolizar el tiempo. Y cuando el otro bando intenta meter baza, provoca un indignado "¡Déjeme terminar!". Se necesita un moderador con experiencia para romper este tipo de impasse verbal, pero muchos de ellos no ven nada malo en esos monopolistas.

Las tertulias radiofónicas no son normalmente tan malas, principalmente porque la mayor parte de las personas que llaman no son oradores profesionales y el presentador sí, de modo que normalmente sabe evitar que divaguen. Aún así, los oyentes incoherentes que llaman a la radio raramente son una gran mejora sobre los tertulianos listos y preparados. No se aprende mucho de ninguno de los dos.

Al final, depende de lo amplios y profundos que sean los conocimientos del moderador el que podamos aprender algo o no. Algunos de ellos, como Rush Limbaugh, Sean Hannity o G. Gordon Liddy, están a la altura de las circunstancias. El único problema es cuando dejan que algún oyente exagerado se ponga a divagar. Ese es el momento de recurrir a alguna emisora de música, a ser posible de las que ponen música relajante.

La mejor parte de las tertulias radiofónicas es normalmente el monólogo de un moderador bien informado. Rush Limbaugh deja con frecuencia que el comentario o la pregunta de un oyente sirvan simplemente como punto de partida para dar una explicación propia sobre el tema del día. En ocasiones, un invitado bien informado y preparado como Condoleezza Rice o Alan Greenspan puede proporcionarle tanto al moderador como a la audiencia de la oportunidad de comprender algo mejor. Pero son excepciones.

Normalmente, las mejores tertulias en televisión son las de deportes. Probablemente eso se deba a que no hay posturas predeterminadas o argumentos sectarios ya precocinados.

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