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Thomas Sowell

Jugando con fuego

Hasta que apareció Nancy Pelosi, todo el mundo entendía que en un momento dado sólo podía haber un presidente y que, nos guste o no, sólo él tiene la autoridad constitucional para hablar en nombre de Estados Unidos con las naciones extranjeras

El congresista Tom Lantos, miembro de la delegación con destino a Siria que encabeza la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, puso en claro el objetivo del viaje al decir: "Los demócratas tenemos una política exterior alternativa". Los demócratas pueden tener la política exterior que les dé la gana, siempre y cuando salgan antes elegidos para la Casa Blanca.

Hasta que apareció Nancy Pelosi, todo el mundo entendía que en un momento dado sólo podía haber un presidente y que, nos guste o no, sólo él tiene la autoridad constitucional para hablar en nombre de Estados Unidos con las naciones extranjeras, sobre todo en tiempo de guerra. Lo único que puede conseguir Pelosi con su viaje es anunciar a bombo y platillo la desunión norteamericana ante una nación que patrocina el terrorismo en Oriente Medio mientras libramos una guerra allí. Eso, a su vez, sólo puede reforzar a los sirios, que explotan la ausencia de unidad en Washington incrementando sus esfuerzos por desestabilizar Irak y Oriente Medio en general.

Los miembros del partido de la oposición, fuera cual fuera éste en un momento dado, sabían que su papel no era intervenir en el extranjero por su cuenta con el fin de minar la política exterior de este país, por mucho que pudieran criticarla en casa. Durante la Segunda Guerra Mundial, el derrotado candidato presidencial republicano, Wendell Wilkie, llegó a servir de enviado personal del presidente Roosevelt ante el primer ministro británico Churchill. Entendió que estábamos todos juntos en la lucha, al margen de los desacuerdos sobre el mejor camino a seguir.

Hoy, Nancy Pelosi y los demócratas del Congreso se están entrometiendo con el fin de llevar a cabo su propia política exterior e incluso su propia política militar en lo que se refiere al despliegue de tropas, mientras niegan estar interfiriendo con la autoridad del presidente.

Lo mismo hacen en asuntos domésticos creando un circo mediático por el hecho de que la Administración Bush despidiese a ocho fiscales federales. Estos fiscales están entre los muchos funcionarios que sirven a disposición del presidente, lo que significa que pueden ser despedidos en cualquier momento por cualquier motivo o incluso sin motivo ninguno. Es la razón por la que no hubo ningún gran escándalo mediático cuando Bill Clinton despidió a todoslos fiscales federales, pese a que entre ellos estaban los que dirigían la investigación sobre corrupción en la propia administración de Clinton como gobernador de Arkansas.

Se ha orquestado una campaña de odio a George W. Bush de tal intensidad que es improbable que nada de lo que se haga en su contra reciba la más leve protesta por parte de la mayor parte de los medios. Pero cualquier daño pasajero que se le pueda hacer a George W. Bush es un asunto relativamente minúsculo en comparación con el duradero perjuicio que se está provocando a la Presidencia como institución, una institución que seguirá aquí cuando George W. Bush se haya ido.

Una vez que se acepte que es perfectamente correcto violar tanto las leyes como las tradiciones de esta nación y minar la capacidad de los Estados Unidos para hablar con otras naciones del mundo con una sola voz habremos dado otro desastroso paso cuesta abajo en el camino de la degeneración de esta sociedad. Tan drástico e irresponsable paso eliminaría cualquier duda que quede de que la estrategia política de los demócratas es garantizar una derrota norteamericana en Irak con el fin de garantizar su propia victoria política en 2008.

Que estos juegos políticos se estén librando mientras Irán continúa trabajando incansablemente en la adquisición de armas nucleares es una señal fatídica del total alejamiento de la realidad de políticos preocupados por anotarse puntos y de medios obsesionados con celebridades de hermoso cuerpo y cabeza vacía, vivas o muertas. El momento en que Irán consiga armas nucleares supondrá un cambio irreversible que marcará un hito en la historia de los Estados Unidos y la civilización occidental, que quedará desde ese mismo instante y para siempre a merced de fanáticos suicidas y sádicos llenos de odio.

Pero para demasiados políticos en Washington, aquí no está pasando nada. De hecho, aquí no está pasando nada que no sean tejemanejes. Los demócratas del Congreso se dedican a disfrutar del poder de su nueva y ajustada victoria electoral el año pasado obligando a la gente a someterse a sus preguntas en el Congreso mientras hacen poses para las cámaras de televisión.

Se ha dicho que el mundo no acabará con una explosión, sino con un lamento. ¿Pero quién habría pensado que podría acabar con payasadas políticas a la sombra de un hongo nuclear?

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