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EDITORIAL

Zapatero busca la bendición católica del castrismo

No hay duda de que el régimen ha pasado de sojuzgar a la Iglesia Católica, a intentar envolverla. Las parroquias atiborradas de fieles fueron un peligroso foco de malestar para la dictadura, durante la primera crisis de los balseros

La afrenta de Miguel Ángel Moratinos a las víctimas del castrismo ha venido acolchada por dos testimonios cualificados de la Iglesia Católica cubana, aparentemente comprensivos con la evolución de la dictadura. Conviene recibir con la máxima cautela lo que tiene toda la pinta de operación propagandística del Gobierno español para justificar su apoyo a la tiranía y rodearse de socios morales más o menos forzados. No es la primera vez que intenta utilizar a la Iglesia Católica –a la que desprecia y acosa con la inquina marca de la casa en el PSOE– para encubrir bajo una máscara de diálogo sus propias desviaciones despóticas. Recuérdese la intentona de Fernández de La Vega de puentear la Conferencia Episcopal española para tratar directamente con El Vaticano sobre la molesta COPE. La enviaron piadosamente de vuelta a casa con la mantilla replegada. O el nuevo acuerdo sobre financiación de la Iglesia, una goleada de la mejor diplomacia católica al Gobierno, que, sin embargo, éste ha sabido pregonar a su parroquia como un éxito del laicismo de Estado en la liga de la propaganda, que es la única en la que juega y arrasa. O la foto de Rodríguez Zapatero y Benedicto XVI, calzada con fórceps durante el Encuentro Mundial de las Familias en Valencia, cuando el Santo Padre le regaló una Biblia y "a las señoras, un collar de perlas con una cruz", según se informó desde La Moncloa. La pauta del Gobierno más anti-cristiano desde la II República ha sido "a Dios machacando, y con el talante engañando".
 
Por estos y otros antecedentes, más vale atender con escepticismo la entrevista del diario oficialista del PSOE a Monseñor Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, publicada el pasado 1 de abril, justo antes de la visita de Moratinos, y las declaraciones de su auxiliar y portavoz de la Conferencia Episcopal cubana, Monseñor Juan de Dios Hernández, transmitidas este sábado por la agencia no menos oficialista Efe, justo cuando acaba de consumarse la penúltima vejación a las víctimas de la dictadura por parte de un país que no siempre las ha respetado y mucho menos apoyado, pero que entre 1996 y 2004 las tuvo, al menos, como una referencia innegociable de su política exterior.
 
Ambos testimonios vendrían a orlar el ominoso respaldo de Rodríguez Zapatero al sátrapa más sanguinario y longevo de Hispanoamérica. El reconocimiento de la Iglesia Católica, perseguida entre los perseguidos, al supuesto aperturismo del régimen bastaría para darle confianza y tiempo al castrismo. Como si no fueran suficientes cincuenta años de esclavitud. Pero, a quien de verdad sirven las opiniones, fieles o manipuladas, de la curia es a Zapatero. Legitiman su cooperación con el régimen. Transmiten a la parroquia española: "Mirad, hasta la Iglesia nos da la razón y pide diálogo". En el lenguaje de la propaganda, un gobierno populista y de izquierdas siempre va por delante de la fina pero opaca diplomacia de tradición vaticana. 
 
No hay duda de que el régimen ha pasado de sojuzgar a la Iglesia Católica, a intentar envolverla. Las parroquias atiborradas de fieles fueron un peligroso foco de malestar para la dictadura, durante la primera crisis de los balseros. No es que el régimen tolere a los católicos, es que el éxito de Juan Pablo II en la lucha por la libertad en Europa, por un lado, y la amenaza cierta de una rebelión cívica incubada en las parroquias, por otro, han hecho cambiar de estrategia al caudillismo caribeño. Si el sandinismo nicaragüense se apoyó en sus orígenes en la Compañía de Jesús y Hugo Chávez blande el Crucifijo y la Biblia como armas de su revolución populista, Castro comprendió que también debía intentar servirse de la Iglesia, no perseguirla. Y aunque las declaraciones aparentemente comprensivas de Monseñor Ortega a El País, y de su auxiliar Monseñor Hernández a la agencia gubernamental española, denotan bisoñez táctica ante las trampas de la propaganda de la dictadura y sus aliados, y apuntalan el régimen y, de paso, una política humillante con sus víctimas, como la de Zapatero, no es menos cierto que la Iglesia cubana no es, ni de lejos, un partido revolucionario más, como ha llegado a ser la Compañía de Jesús en El Salvador, Nicaragua o La India, donde es casi imposible reconocer un Evangelio que ha quedado reducido a simple coartada de revoluciones políticas que desembocan en sistemas totalitarios. George Weigel apunta en La elección de Dios (Criteria, 2006) que la identificación de la Iglesia, en algunos lugares del mundo, con ideologías que se llaman a sí mismas de "liberación" y acaban inexorablemente en la esclavitud personal, es una de las grandes cuestiones pendientes del Catolicismo del siglo XXI.
 
La Iglesia cubana, como cualquiera que la conozca sabrá, está a salvo de esa nefasta contaminación revolucionaria. Su inmunidad se ha curtido en el sufrimiento directo de la ideología totalitaria. Probablemente, sus portavoces han adolecido de ingenuidad ante las astutas celadas de la propaganda de la dictadura y de sus aliados. Pero, si algo demuestra Zapatero intentando forzar la bendición de la Iglesia al Castrismo, es su mala conciencia con las víctimas y el poder de la propia Iglesia como fuerza de libertad en la Isla-cárcel.

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