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Serafín Fanjul

Amaga, que algo queda

En nuestro país la memez cazurra acaba siendo utilísima, por ejemplo para que por manos interpuestas de "regionalistas" canarios, santanderinos o aragoneses, el PSOE falsee la voluntad popular mayoritaria

En los tiempos en que Cubillo lanzaba sus soflamas desde Radio Argel, un servidor procuraba no perderse ninguna emisión –tampoco eran muy largas, una hora diaria, creo recordar– porque la forma y contenido superaban con creces a cualquier programa de humor. Literalmente, me desternillaba con sus ocurrencias, su invención de comandos inexistentes o las acciones de liberación revolucionara nacidas en su caletre minutos antes de engancharse al micrófono. En tan docta asamblea herziana oí por primera vez llamar sociolistos a quienes lo son, o el rebautizo de personajes como Friega y Barre, Fray Modesto Pijada o "ese señor que los enternece pero no los galvaniza". Sus instrucciones para el combate guerrillero tampoco desmerecían. Por ejemplo, propuso que los patriotas guanches arrancaran los nombres de las calles para que los policías godos no fueran capaces de moverse por las poblaciones canarias, con el consiguiente provecho para los insurgentes, a los cuales no podrían detener.

Todo un manual de lucha revolucionaria en que se combinaba la épica del patriota El Rubio, huido y perseguido –en realidad, tengo entendido, un delincuente común– , con los exóticos y no menos grandiosos cantos al menceyato de Tamarán o a la triste elegía por la isla de Fuertedesgracia (por la presencia de la Legión) "a la que los españoles llaman por mal nombre Fuerteventura". Era delicioso oír denominar a las islas con aquellos topónimos cuya exactitud histórica no alcanzo a corroborar o negar: Jero, Titerogaca, Tamarán... No me pidan precisión, si la memoria me traiciona en algún momento, pero aquello era estupendo: enseñar por radio la lengua guanche, a base de unas pocas palabras de árabe coloquial norteafricano que Cubillo creía beréber y por tanto canario primitivo, o exhortar a los heroicos comandos de la libertad a ejecutar hazañas bélicas imaginarias. Después, unos patosos, atentando contra la vida de Cubillo, y las presiones del Gobierno español sobre el argelino nos arrebataron semejante fiesta y nos quedamos sin poder escuchar la renqueante fonética del padre de la patria canaria silabeando en árabe Sawt al-yuzur al-jalidát al-hurra (Voz de las Islas Canarias Libres). Lo pasábamos bien.

Tras el atentado y tras la muerte de Bumedian –promotor de la hegemonía argelina a través de terceros– y cuando el Gobierno de Argelia comprendió que le convenía más vendernos gas y petróleo que andar en belenes carnavalescos, Cubillo regresó a Canarias con su MPAIAC bajo el brazo y sin ningún chancecito electoral y allí vive feliz, como le deseamos. Y por muchos años. Sin embargo, perdura la misma cizaña de donde creciera el prócer canarión, proclamando su hispanidad irrenunciable y profunda en la capacidad de convertir el disparate en política, el folklore en reivindicación airada y el chiste en norma de vida: España, metástasis de necedades auspiciadas por una casta política especializada en ordeñar la gallina de los huevos de oro. No se me encabriten: éstos ordeñan incluso a las gallinas.

En nuestro país no hay tendencias centrífugas sino incultura elevada a ley física, metafísica y ultrafísica. La primera vez que fui a Canarias, dispuesto a disfrutar cuantas maravillas por allí hay (no sólo turísticas), me topé con la inevitable leyenda ("Lanzarote no es España": tampoco quedaba claro si era Canarias) y el no menos ineludible vandalismo de arrancar nuestra bandera en un lugar solitario. Obviamente, regresé con los ojos llenos de luz y una inmensa gana de volver a las islas, aunque llevaba la misma penosa impresión que produce un "Aragón no es España" leído en Teruel, un "León no es Castilla", o un "Asturies, nación". Tres compadres en una noche pintarrajean una ciudad pequeña completa y se quedan tan a gusto: toreros.

Abogadillos o maestros de pueblo, aburridos o con ansias de prosperar en la política, dan el paso decisivo y desempolvan sus reivindicaciones catetas, los infernales agravios locales (nuestros malos siempre son los peores) y la nula visión de conjunto de nuestra realidad política, pasada y presente, del interés general que acabará redundando en beneficio de todos, etc. Si vascos y catalanes se divierten con el sugestivo lema "No somos españoles", ¿por qué van a renunciar al jolgorio los de Chipude, La Robla o Negreira?

Ahora se presenta a las elecciones en Gran Canaria un partido denominado "Amaga" (Alternativa Maga) que quiere ser la voz, el brazo y –a ser posible– el bandullo de los magos de la tierra, o sea, los paisanos y labriegos de por allá, "campesinos incultos", dice el diccionario. Añadan lo que gusten: el grito telúrico contra la humillación, el eco justiciero y ronco del alma guanche, el viento africano que aturde a los imperialistas invasores. Afiliados y candidatos aseguran trabajar de balde. De momento. Ya veremos si trincan puestos y presupuestos. Su objetivo: ser una nación en un estado confederal (no me atrevo a llamarlo "español" andando Rodríguez por medio) y sus propuestas prácticas, por ahora, rebajar las enseñanzas de lengua, historia, geografía y demás, a los niveles coloquiales e inmediatos, los de los magos. Acaban de descubrir la literatura oral –a la que, por cierto, adoro, si no se cubre de excrecencias y mangancias políticas– y su perspectiva vital consiste en blindarse algo para terminar cobrando por ello. Ya se trate del silbo gomero, el bable, el castúo, el flamenco o las aguas del Ebro.

En nuestro país la memez cazurra acaba siendo utilísima, por ejemplo para que por manos interpuestas de "regionalistas" canarios, santanderinos o aragoneses, el PSOE falsee la voluntad popular mayoritaria, verbigracia apoyando, con todos sus cómplices, que un asesino como De Juana Chaos se pasee por San Sebastián. Y todos tienen un silbo gomero que reivindicar, principio y fin del Universo.

En España

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