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José Antonio Martínez-Abarca

Operación Café con Leche

Y este Sebastián, emperrado en que sepamos todo, pero todo, todo, sobre su sin duda ejemplar y placentera existencia íntima. ¿Tan seguro está de que deseamos enterarnos? Alguien debería darle el gusto, aunque sólo sea para que cierre el pico.

La operación Malaya tiene más bien poco que ver con el hecho de que ese tal candidato Sebastián (cuyo apellido coincide sin que él tenga absolutamente ninguna responsabilidad con la onomástica del llamado "Apolo cristiano", un icono gay al que Derek Jarman dedicó una non sancta película) le enseñe a Gallardón la foto de una tía buena en la tele. Relacionarlos sería como si alguien se dedicase a tomar instantáneas del tráfico de mulatos y cuarterones caribeños en la puerta de un chalé de Vera, Almería, llevado a cabo por un poco conocido político cuyo nombre no revelaremos (por respeto al pacto de la bragueta que hasta ahora se ha seguido en España desde la Transición), y lo llamara luego operación Café con Leche.

¿Qué trata de demostrarnos el candidato Sebastián? ¿Que si no lo nombran alcalde nos amenaza con meterse en el armario de Rafaella Carrá a ver qué encuentra? Ya que hablamos de muy otra cosa, ese político anónimo que antes hemos mencionado ha tenido problemas en el pasado con sus playeros vecinos a cuenta de sus étnicas y ruidosas juergas, cuando estaba aún más ayuno de notoriedad que ahora y ni siquiera era político. Y es que la gente habla. Y además, qué desacato a la autoridad, habla más que nada de los que ahora pretenden mandar sobre todo y todos en plan chulo. O quizás chulazo.

La vida privada de los políticos nos interesa a todos, aunque no nos importe a nadie. A Sebastián, sin embargo, por lo que ha demostrado, parece que le importa muchísimo, y a sus superiores del PSOE que le apoyan y alientan también. Como alguien ha señalado, se trata de un comportamiento muy poco masculino, a tono, por cierto, con el que exhibe su mentor Zapatero, del que bien dijo César Vidal que no reúne ni una sola de las altas características varoniles.

Es una pena que ahora empecemos con este zamarreo, porque me da en la nariz que si a los votantes se les sugiriese a través de documentos gráficos como el que mostró el candidato Sebastián alguna información sobre las virtudes privadas (o vicios públicos, tanto da) de algunos amigos de Zapatero, la nueva sensibilidad social hacia las opciones sexuales se mostraría del todo insuficiente para no sacarle un contraindicado jugo al asunto que, desde luego, nadie sabría en qué puede terminar.

Yo, como todos los cronistas que llevamos algunos años en esto, he conocido a políticos en algunas barras de alterne o whiskerías exclusivas para caballeros de Madrid, como el Pigmalión, al que los taxistas de la Villa sabrían llegar con los ojos vendados y sin vehículo, sólo siguiendo la zanja dejada por los anteriores taxis en las fechas de los grandes congresos celebrados en la capital.

Hay que escribir siempre que sólo estábamos allí, en esos sitios impublicables, hablando de política. Porque si dijéramos otra cosa y rompiéramos ciertos pactos no escritos, podría ocurrir que alguien se tomara un interés inusitado por nuestra vida privada que nunca tuvo anteriormente. Y eso en este país creo que no le gustaría a nadie salvo a Sebastián, que, aunque de una forma un tanto retorcida, propia también del personaje, ya no sabe cómo invitarnos a fiscalizarle en lo que tengamos a bien. "Qué sabe nadie de mis placeres y mis instintos", diría el gran Raphael. Y este Sebastián, emperrado en que sepamos todo, pero todo, todo, sobre su sin duda ejemplar y placentera existencia íntima. ¿Tan seguro está de que deseamos enterarnos? Alguien debería darle el gusto, aunque sólo sea para que cierre el pico.

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