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Lo que queda del 11-M

Deberemos conformarnos con la improbable teoría de que una serie de camellos y robaperas sin ningún adiestramiento y con numerosos contactos con diversas fuerzas de seguridad españolas lo hicieron todo

Zapatero, elegido como secretario de transición por su insignificancia, llegó a donde nadie esperaba gracias al 11-M y se apresuró a pagar tributo instantáneo e incondicional a quienes lo lanzaron, y con qué fuerza, al poder. Ahora quiere seguir ganando con los mismos méritos, pero no parece que dé para tanto la sangre de los iraquíes que abandonó y la de nuestras víctimas que pagaron su oportunista y desaprensiva promesa, que no punto del programa electoral, de hacer lo que anhelaban quienes resultaron ser implacables terroristas.

El atentado pasó de la vía muerta de la hiperpolitización sectaria para entrar en la estrechísima de la judicialización, sólo destinada a declarar culpabilidades o inocencias, pero de escasa utilidad para llegar al fondo de fenómenos internacionales y cuasi-bélicos de la amplitud del terrorismo yihadista. El Gobierno vivió años en el pánico de que una serie de sorprendentes coincidencias entre la obscuramente conocida trama del atentado y ETA fuesen algo más que puras casualidades y de que todo hubiera podido ser la joint venture que Felipe González temió el primer día. Los que nunca han visto más que conspiración en la derecha y se pasan la vida conspirando para calumniarla, deslegitimarla y liquidarla políticamente, se convirtieron al anticonspiracionismo furibundo, como si fuera posible hacer un atentado sin un complot previo.

Por increíbles chapuzas policiales o por cualesquiera otras razones, incluso conspirativas, posibles pistas quedaron emborronadas, manchadas, contaminadas y contagiadas hasta extremos de juzgado de guardia en el caso de la más decisiva y delicada de todas las hipótesis a probar: la igualdad o diferencia entre lo que explotó en los trenes y los cartuchos recuperados intactos en diversas localizaciones. Al parecer nunca lo sabremos. Cabos y maromas importantísimos quedan sueltos, pero no son de la competencia del juez si no se puede demostrar una relación con los acusados.

El Gobierno respira hondo y sus turiferarios de la prensa también. Salvo sorpresas totalmente imprevisibles, podrá dar carpetazo a peligrosas investigaciones. Deberemos conformarnos con la improbable teoría de que una serie de camellos y robaperas sin ningún adiestramiento y con numerosos contactos con diversas fuerzas de seguridad españolas lo hicieron todo sin ninguna relación con las omnipresentes organizaciones del mundo religioso-político que los inspira. Tampoco el juicio ha demostrado la más mínima conexión del atentado con Irak. No cabe esperar que lo reconozcan quienes quieren seguir viviendo del cuento, aunque sea una historia de terror. No quiere decir que no existiera en las mentes de los autores. Dejaron pruebas falsas, reivindicaciones inverosímiles incluidas, apuntando en la dirección islámica de una manera tan burda que no podían menos de resultar sospechosa. ETA lo hace a menudo, no para rechazar la autoría de sus hazañas, sino para ganar tiempo en la huida. Los resultados de las elecciones parece ser lo único que les importaba. Les facilitaron el camino a los que apostaron a muerte por esas pistas intencionadas porque nada tenían que perder y todo por ganar.

El extraordinario trabajo llevado a cabo por El Mundo y Libertad Digital es un servicio público y una contribución a la Historia que no debe terminarse. Esperemos que Emilio Campmany nos lo siga contando en GEES, con la misma maestría con la que está haciendo una sucinta, informativa, analítica y equilibrada crónica diaria del juicio para los que quieren ver más allá sin partidismos y no tienen tiempo para largos seriales.

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